La gota fría o DANA (depresión aislada en niveles altos) que se inició el 29 de octubre ha sido muy intensa y severa. Muchas estaciones meteorológicas registraron lluvias de más de 200 mm en pocas horas, llegando algunas a superar los 600 y 700 mm en un día (Fig. 1), valores superiores al total anual de la mayoría de años. Se han desbordado ríos, derribado casas y puentes construidos hace siglos, y se han inundado grandes áreas, algunas de ellas densamente pobladas. Miles de personas se han quedado incomunicadas varios días, los fallecidos ya superan los 200 y aun quedan muchos desaparecidos; los daños materiales son incontables. Llevamos varios días sin trenes en toda la provincia, ni metro en Valencia, y con muchas carreteras cortadas.
¿Por qué ha ocurrido esta catástrofe? Para contestar esta pregunta es necesario diferenciar entre las causas de esa gota fría (la intensidad del fenómeno meteorológico) y las causas de la catástrofe (la severidad de las consecuencias). Las consecuencias no solo dependen de la intensidad de la perturbación [1,2]; la situación social y las decisiones políticas también influyen, y mucho. Es decir, la catástrofe que se está viviendo en Valencia no solo depende de la intensidad de la gota fría, sino especialmente de la prevención previa y la gestión durante el evento.
Una gota fría especialmente agresiva. El mar lleva varios meses a una temperatura inusualmente elevada, lo que implica mayor evaporación y, por lo tanto, una mayor acumulación de vapor de agua en la atmósfera. Además, el aire caliente acumula más vapor de agua que el frío, y está haciendo un otoño muy cálido. Esta mayor carga de vapor de agua incrementa la probabilidad de episodios extremos de gota fría. Por lo tanto, el cambio climático incrementa la frecuencia e intensidad de estas tormentas. Además, el haber desecado los humedales costeros y sustituido los ecosistemas naturales por infraestructuras de cemento, hace que aumente la temperatura y disminuya la humedad de las brisas marinas de verano, cosa que reduce las tormentas estivales en las montañas costeras [3]. Esto facilita la acumulación de vapor de agua durante el verano. Todos estos factores condicionan la intensidad de la gota fría, pero no la severidad de sus consecuencias.
Una catástrofe colosal. Las consecuencias de la gota fría dependen de factores socioeconómicos y políticos. En Valencia y alrededores, el planeamiento urbano parece estar más orientado a obtener beneficios económicos que a ser resiliente frente a gotas frías y riadas, a pesar de que estos eventos no son nada raros en la historia de la región. A menudo se construye muy cerca de ríos, arroyos y ramblas, sin dejar espacios abiertos con vegetación para amortiguar las riadas, incluso en zonas declaradas inundables (enlace1, enlace2); y no son raras las construcciones transversales que limitan el paso del agua. Además, ha sido especialmente relevante en esta catástrofe la falta de una alerta oficial y contundente a la población por parte de la Administración (en este caso, la Generalitat Valenciana). Los meteorólogos predijeron una gota fría especialmente extrema, y la AEMET avisó con tiempo suficiente para reaccionar, pero aparentemente la Administración hizo caso omiso y no dió un aviso oficial hasta que ya era demasiado tarde (enlace); ese día (el 29) no se cerraron colegios ni empresas. Cuando ya llovía intensamente en el interior y los caudales crecían alarmantemente, no se alertó a los que vivían aguas abajo, quienes continuaban con su vida normal al no estar lloviendo en sus áreas. Como tantas veces, el limitante no es la ciencia ni la tecnología, sino las decisiones humanas y la gestión de la información [4]. Debería evaluarse si realmente fue una buena idea suprimir la Unidad Valenciana de Emergencias (enlace1, enlace2). La gestión posinundación también deja mucho que desear (enlace1, enlace2, enlace3).
Por lo tanto, algunas acciones que deberían mejorarse incluyen: 1) Implementar políticas más efectivas para reducir el cambio climático; 2) Restaurar, en la medida de lo posible, los humedales y la vegetación costera, evitando la expansión de zonas urbanas e industriales en la costa, e incrementando las zonas verdes y el arbolado en las áreas urbanas de Valencia y alrededores; 3) Realizar una planificación urbana asumiendo que fenómenos como estas inundaciones volverán a ocurrir, lo cual implica dejar espacio para que en los ríos y ramblas secas pueda crecer el nivel del agua sin problemas; 4) Contar con una unidad de emergencias altamente especializada, capaz de generar alertas localizadas y con capacidad de reacción rápida, y que sea lo más independiente posible del poder político; 5) Educar a la población a entender y reaccionar delante de los riesgos.
Referencias
[1] Pausas JG & Leverkus A. 2023. Disturbance ecology in human societies. People & Nature 5: 1082-1093. [doi | wiley | pdf | relationalthinking]
[2] Leverkus AB & Pausas JG. 2023. Las sociedades aprenden de los desastres más leves para lidiar con las grandes catástrofes. The Conversation 5 nov. 2023. [TheConversation.com]
[3] Pausas J.G. & Millán M.M. 2019. Greening and browning in a climate change hotspot: the Mediterranean Basin. BioScience 96:143-151. [doi | oup | blog | pdf]
[4] Pausas JG 2024. Science in a changing world. Front Ecol & Environ 22: e2797. [doi | pdf]
Entrevista 1. Entrevista de presentación del libro, por Sara Moreno, en la Casa de la Ciencia de Valencia (CSIC), el 18-7-2024.
“Uno de los mejores libros de divulgación que he leído … y lo es fundamentalmente porque es de esta divulgación que te explica lógicas de funcionamiento, … la lógica de funcionamiento sobre los procesos y dinámicas que afectan a los ecosistemas. He entendido, casi sin querer, cómo y por qué ocurren los incendios y cuál es su papel en la naturaleza” Sara Moreno
Entrevista 2: por Eva Caballero, en La mecánica del caracol, Radio Euskadi, 22-7-2024: del minuto 13:44 hasta el 47:20 En resumen: “Mientras tengamos naturaleza habrá incendios, y un cierto régimen de incendios (ni muy grandes ni muy intensos) es saludable; por lo tanto, lo que hay que hacer es ver los beneficios y no sólo los perjuicios, de los incendios”
Incendios forestales. Una introducción a la ecología del fuego. Editorial Catarata-CSIC, 2024 [enlace]
Prólogo El libro ‘Incendios forestales’ de la colección QUÉ SABEMOS DE (editorial Catarata-CSIC) apareció en 2012 y seguramente fue el primer libro de ecología del fuego en español. Estuvo concebido para acercar el fuego a los biólogos, ambientólogos y similares, con el objetivo de mostrar que el fuego es una perturbación que genera procesos ecológicos y evolutivos, y no necesariamente un desastre ecológico como insisten los medios de comunicación. Al poco de publicarse, mi sorpresa fue que también funcionó en otra dirección: acercó la ecología a los técnicos y gestores de incendios. Recibí infinidad de preguntas de gestores y técnicos forestales sobre si tal especie rebrota o no, o qué especies resisten el fuego, o cuáles son germinadoras y cuáles no; la serotinia de los pinos (esto es, la capacidad de retener piñas cerradas hasta el próximo incendio) gustó a mucha gente, y que los incendios estuvieran aquí hace millones de años, también. Recibí llamadas de jefes de extinción en medio de un gran incendio para saber si tal especie de árbol resistiría si le llegaban las llamas. Aparecieron bomberos que se autonombraban “pausistas” (que entendían el fuego como un proceso natural) frente a los “no pausistas”. Apagar los incendios ya no era tan importante como gestionar los regímenes de incendios. La tolerancia cero a los incendios ya no tenía base científica, y las quemas prescritas ya eran justificables. Todo ello fue para mí una experiencia tremendamente enriquecedora.
En los últimos 12 años, el conocimiento de la ecología de los incendios forestales ha mejorado un poco. Pero los cambios ambientales que ya eran evidentes entonces han incrementado en gran medida y se han hecho patentes mires donde mires. El incremento de incendios intensos y de grandes dimensiones está ocurriendo en casi todo el planeta, y es más evidente que nunca que el problema de los incendios no se soluciona con más medios y más tecnologías. Las claves de la gestión que se utilizaban con el clima del siglo XX no tienen por qué servir en el clima del siglo XXI. Se requiere un cambio de paradigma basado en la ciencia básica. Lo que arde son plantas con una larga historia evolutiva que se debe entender si se quiere hacer una gestión sostenible. En este marco, era obligatorio hacer una nueva versión actualizada y ampliada del libro, con más énfasis en los cambios recientes y con ideas para la gestión. Se ha modificado y añadido texto en todas las secciones del libro, y en especial en el capítulo 5. También se han modificado figuras. Las limitaciones de la colección no me han permitido añadir más contenido. El libro está compuesto por cinco capítulos que siguen un orden conceptual; no obstante, cada capítulo también puede leerse independientemente, especialmente si se recurre al glosario cuando aparecen conceptos nuevos. Con todo, espero que este libro sea un paso más para entender el papel del fuego en la naturaleza y que proporcione una base científica para facilitar una gestión del monte lo más sostenible posible.
Una de las razones para no cortar los árboles muertos después de un incendio, es por que las condiciones semi-forestales que generan son hábitat de fauna forestal, como por ejemplo, los picos picapinos (Dendrocopos major). Aquí un picapinos en un pinar de pino carrasco (Pinus halepensis) el incendio de Bejís (2022, Castelló); video 2/2024 (de hecho, se ve uno y se oye otro). Otros beneficios de no cortar los árboles muertos se explicaron aquí y aquí.
Beneficios de no cortar los árboles después de un incendio [TheConversation | post]
During the 2016/17 fire season in Chile, wildfires burned about 600,000 ha, a record for the region. The fact that the region was covered by large and dense tree plantations that created a continuous fuel bed, contributed to these massive wildfires (Fig. 1), together with an intense drought with strong head waves. That is, afforestation as established in Chile can lead to larger and more severe fires under warming conditions [1]. These mega-fires have multiple socioeconomic consequences. A recent analysis suggests that afforestation generates the emission of large amounts of greenhouse gases (they act as a net carbon source) while native forests act as a sink (Figure 2).
Figure 1: Analysis of the areas affected by fires according to types of use (forest plantations, native forest, Scrubland + pastures, and agricultural areas), in relation to what is available in each of the 4 regions that have burned the most (V, RM, VI, VII are: Valparaiso, Metropolitana, O’Higgins, and Maule). Positive data means that fire has positively selected this type of use (it has burned more than expected by the area it occupies); the negative data indicates that fire tends to avoid such land use. There is a strong tendency for plantations to burn more than expected according to their abundance in the landscape (positive values), while native forests, scrub, or agricultural areas are burned similarly or less than expected according to their abundance (negative values). The region VII (Maule) is the most extreme in the positive selection of plantations and negative of other uses. Elaborated based on official SIDCO-CONAF data (Chile) [2].
Figure 2, left: Forest plantations act as a net carbon source in contrast to the native forests (sink). Shown is the carbon balance (million tons of CO2-equivalent; including CO2, CH4, and N2O) for the period 1990–2018, including capture (biomass increment and long-lived harvested wood products) and emissions (short-lived harvested wood products and wildfires), for native forests and for plantations in Chile. Dots are mean annual values (the outlier for plantations corresponds to the 2017 mega-fires). From [3]
Figure 2, right: The contribution of tree plantations to burned area is increasing. Shown are the area of plantations burnt annually (ha, in orange) and the proportion of the area of plantations burnt annually in relation to the total area burnt, including native forests, shrublands, and grasslands (%; data in black symbols, fit in red for the period 1984–2022). Note that the proportion of plantations burnt increases more steadily than the area of plantations burnt, probably as an indication that plantations have become increasingly more fire-prone compared with other land uses. From [3]
Reference [1] Leverkus A.B., Thorn S., Lindenmayer D.B. & Pausas J.G. 2022. Tree planting goals must account for wildfires. Science 376: 588–589. [doi | science | pdf]
[3] Gómez-González S, Miranda A, Hoyos-Santillan J, Lara A, Moraga P & Pausas J.G. 2024. Afforestation and climate mitigation: lessons from Chile. Trends Ecol. Evol. 39(1) [doi | pdf]
En 2021, “The Emergency Program” (www.emerprogram.com) me hizo una entrevista. Aquí la entrevista dividida en 5 videos (sin editar; duración en minutos:segundos):
Regímenes de incendios sostenibles, 8:30 [youtube]
El día 16 de septiembre de 2023 impartí una conferencia titulada ‘Incendios forestales y biodiversidad’ en la sede de Ecologistas en Acción (Madrid). Aquí está disponible (incluye la sesión de preguntas al final).
Este text el vaig escriure a l’agost, de vacances, quan encara estaven cremant els incendis de Vall d’Ebo i Bejis, i se va publicar al diari Levante-ENV el dia 9 de septembre de 2022.
Enguany els incendis forestals han cremat de nou una part important de les nostres muntanyes. Al menys de moment, no ha sigut tant greu com el fatídic 1994, ni com el 2012, però suficient per a commoure a part de la societat valenciana, i en especial a les persones que viuen a la Marina Alta, l’Alto Palancia, i comarques veïnes. La vegetació mediterrània se regenerarà de la mateixa manera que ho ha fet les altres vegades, els agricultors afectats patiran un nova crisi existencial, i l’estructura del paisatge quedarà marcada durant unes quantes dècades. Els efectes concrets sobre la biodiversitat s’hauran d’estudiar amb detall.
La primera reacció ha sigut la de buscar culpables, sovint de manera simplista. El problema dels grans incendis és complexe, i no té un únic determinant. Els grans incendis es produeixen quan coincideixen una sèrie de factors: ignicions (antròpiques o llamps) en una zona amb vegetació contínua i fàcilment inflamable, en una època seca (estiu), i en condicions meteorològiques adverses (ones de calor, fort vent). Cap d’estos factors per si sols genera grans incendis; és la simultaneïtat d’aquests factors la que fa que els incendis siguen grans i intensos (megaincendis).
Gran part de la nostra vegetació natural és inflamable (per exemple els matollars i boscos mediterranis de pi blanc) i cada any tenim una estació càlida i seca (estiu), per tant vivim en una zona naturalment propensa a incendis. A més, al nostre territori plou suficient com per a tenir vegetació densa i contínua. En el passat (durant gran part del segle XX), la vegetació no era tan densa i estava bastant fragmentada perquè teníem un paisatge rural, amb moltes zones dedicades a l’agricultura i pastures (a voltes sobrepasturades), que alternaven amb boscos on se feia llenya. En estes condicions els incendis eren xicotets i fàcils d’apagar. La industrialització va fer que el món rural s’anés abandonant, i el que eren camps de cultius i pastures s’han anat colonitzant de vegetació típica de les primeres etapes de successió. Aquesta colonització de camps abandonats, junt amb les grans plantacions forestals (no gestionades apropiadament), ha fet que augmenti molt la continuïtat de la vegetació. Per tant, quan hi ha un incendi, se propaga molt més fàcilment i se poden generar incendis molt extensos. L’abandonament rural no és una cosa d’ara, és producte de les polítiques fetes durant les darreres dècades en que no s’ha fet cap esforç per conservar el nostre món rural mentre s’estimulaven (econòmicament) els centres urbans i el turisme. Ara, aquest abandonament del món rural és difícil de revertir, poca gent vol tornar a la vida rural; com a mínim hem de procurar no perdre el món rural que queda i estimular el seu increment. Un dels punts claus per reduir l’abandonament rural és que la gent dedicada a l’agricultura i ramaderia tinguen compradors dels seus productes. Les persones que consumeixen prioritàriament productes de grans superfícies sense fixar-se en l’origen del producte possiblement estan contribuint a l’abandonament rural (i als incendis forestals). La gestió forestal pot intentar recrear algunes de les discontinuïtats mitjançant tallafocs, aclarides, i cremes prescrites, però difícilment pot actuar en tota la massa forestal del territori, que segueix creixen com a conseqüència de l’abandonament.
Però la vegetació densa i continua per si sola no genera incendis. Se necessiten ignicions, que poden ser antròpiques, però com hem vist enguany, també poden ser llamps (en el cas dels incendis de la Vall d’Ebo, Bejís i Olocau). A més, se necessiten també condicions meteorològiques que facilitin la propagació del foc (vent i onades de calor). No és necessari dir que entre tots hem canviat el clima (mitjançant l’emissió de gasos d’efecte hivernacle) de manera que hem incrementat la freqüència i intensitat de les onades de calor. Un cop hem canviat el clima, és esperable que hi haja un increment en la mortalitat dels arbres per sequera, així com un increment de la probabilitat d’incendis. Seria il·lús voler conservar la vegetació del segle XX amb el clima del XXI. La nostra vegetació i les tècniques de gestió del paisatge teníen una certa lògica amb el clima del segle passat, però no s’ajusten bé al nou clima del segle XXI, que seguim canviant. Els grans incendis que se donen a molts llocs del món són un símptoma d’aquest desajust.
Hem d’exigir polítiques clares i dirigides a ajudar i estimular el món rural, a gestionar de manera sostenible els nostres paisatges, i a reduir el canvi climàtic. Els incendis no se poden eliminar totalment dels nostres paisatges mediterranis, si es que volem conservar la biodiversitat, però la gestió hauria de fer que foren incendis més xicotets i més sostenibles. Per exemple, un incendi de 1000 ha cada any és més sostenible que un incendi de 10,000 ha cada 10 anys. Però a més de les polítiques de gestió, és important tenir en compte que sense la participació de tota la societat, la tasca serà molt difícil. Tots tenim una part de responsabilitat en els productes i l’energia que consumim, i en els gasos d’efecte hivernacle que emetem. I la nostra responsabilitat en les emissions no és només deguda al nostre propi transport (cotxe, viatges de turisme), sinó que també al transport de les mercaderies que consumim, i les infraestructures que utilitzem. Hem de repensar unes quantes coses del nostre comportament si volem seguir mantenint bona qualitat de vida en el clima que hem generat per aquest segle XXI.
Este artículo, ligeramente modificado, se publicó en The Conversation (5-9-2022), y se tradujó al inglés en Mednigth (7-9-2022)
Este verano Europa ha sufrido un número importante de grandes incendios. Los ingredientes principales que han convertido igniciones, tanto antrópicas como por rayos, en grandes incendios han sido la gran densidad y continuidad de la vegetación (producto del abandono rural y de las grandes plantaciones mal gestionadas) y las largas e intensas olas de calor (producto de nuestra inacción climática).
Después de un incendio en un bosque, una pregunta recurrente es: ¿qué es mejor, cortar los árboles muertos o dejarlos en pie?
Evidentemente, la gestión posterior al incendio dependerá del objetivo. No se gestionarán de la misma manera plantaciones o bosques productivos donde se quiere aprovechar económicamente la madera (aunque la madera quemada suele tener poco valor económico), que bosques donde se quiere maximizar la conservación de la biodiversidad y la regeneración del ecosistema (los árboles quemados sí tienen valor ecológico).
Desde el punto de vista ecológico, cortar los árboles y extraer la madera quemada constituye una perturbación después de otra perturbación (es decir, una perturbación compuesta) y puede tener consecuencias negativas para la biodiversidad y la regeneración del ecosistema (por ejemplo: enlace, enlace, enlace).
Aquí se listan algunos de los posibles beneficios para el ecosistema y la biodiversidad de dejar en pie los árboles muertos en un bosque que ha sufrido un incendio reciente. Evidentemente, cada bosque quemado es diferente, y el papel relativo de cada uno de estos beneficios puede variar de un lugar a otro dependiendo de muchos factores (severidad del fuego, tipo de vegetación, edad, densidad, posición topográfica, historia previa, etc.). Pero, en cualquier caso, se deberían considerar estos potenciales beneficios antes de decidir cortar los árboles:
Fuente de alimento: Los árboles muertos son alimento y hábitat de una gran diversidad de hongos e insectos (xilófagos y saprófitos), que a su vez son alimento de otros animales como las aves. Por lo tanto, mantienen una red trófica que ayuda a la regeneración del ecosistema. Cabe recordar que los escolítidos, unos pequeños escarabajos que pueden generan plagas en coníferas, no se alimentan de árboles muertos.
Fuente de materia orgánica: Los árboles muertos son una fuente de materia orgánica y nutrientes necesaria para el reciclado de los ecosistemas (los ciclos biogeoquímicos). Su extracción supone una pérdida de fertilidad para el ecosistema (ejemplos: enlace1, enlace2, enlace3).
Refugio y dipersión de semillas: Muchos animales forestales utilizan los bosques quemados, incluidos pequeños vertebrados que encuentran cierta protección frente a la depredación por rapaces. Algunos vertebrados ayudan directamente a la regeneración de la vegetación. Por ejemplo, muchas aves frugívoras defecan semillas mientras se posan en árboles quemados (efecto percha), contribuyendo así a la dispersión de semillas y la regeneración de la zona incendiada. Otro ejemplo lo constituyen los arrendajos, que utilizan bosques quemados (y no los matorrales o bosques cortados) para esconder bellotas. Por eso son clave para el incremento de las quercíneas (carrascas, robles y alcornoques). Al ser estas especies rebrotadoras, aumentan la resiliencia de los ecosistemas.
Protección frente a la erosión: Las copas de los árboles quemados disminuyen el impacto de las gotas de lluvia en el suelo y, por lo tanto, disminuyen el potencial de erosión posincendio.
Aportan humedad: Los bosques quemados pueden retener nieblas y, por lo tanto, mantener mayor humedad en el ecosistema, contribuyendo así a una mejor regeneración.
Reducción de la intervención humana: Mantener un bosque quemado evita la entrada de maquinaria pesada y el arrastre de troncos. Estas acciones pueden tener un efecto negativo en el suelo y en la regeneración incipiente, incluso pueden generar inicios de cárcavas.
Ahorro: Mantener un bosque quemado también reduce el gasto económico, que se puede utilizar para otras tareas de restauración y monitorización de la regeneración.
En general, dejar en pie los árboles en un bosque quemado permite mantener un ambiente semiforestal beneficioso para la regeneración y el funcionamiento del ecosistema forestal. Por el contrario, la corta de los árboles muertos beneficia a especies de matorrales y ecosistemas abiertos.
Alternativas intermedias. Una solución que a menudo se ha propuesto es la de cortar los árboles y extraer la madera, pero dejando un porcentaje de árboles en pie. Esta solución permite mantener algo de madera muerta que puede beneficiar a algunos insectos y al reciclado de cierta cantidad de materia orgánica y nutrientes (típicamente un porcentaje bajo). Pero como se suele dejar una densidad baja de árboles en pie, tendrán más riesgo de ser derribados por el primer vendaval o nevada. Otra solución es cortar pero no extraer la madera (o al menos dejar el ramaje), de manera que se mantienen intactos algunos beneficios (materia orgánica y nutrientes, y la reducción de la erosión). En ambas alternativas normalmente se pierde el ambiente semiforestal de un bosque quemado y, por lo tanto, también se pierden muchos otros de los beneficios arriba mencionados.
¿Pueden favorecer otros incendios? A veces, la razón por la que se cortan y extraen los árboles muertos es la de disminuir la biomasa seca que podría ejercer de combustible en un segundo incendio. Pero este incremento de la probabilidad de un segundo incendio es a menudo incierto, especialmente porque justo después del incendio no hay suficiente biomasa fina para otro fuego. Y al cabo de unos pocos años, el matorral o bosque joven podría ser ya muy inflamable siendo la contribución relativa de los árboles muertos relativamente poco importante. Una solución es cortar y extraer un porcentaje de los árboles muertos después de al menos un año o más del incendio. Se enfocaría en zonas donde la regeneración ya está asegurada. Esto puede reducir el impacto negativo de la corta.
Árboles quemados para retener el suelo. En un incendio a menudo se pueden observar zonas concretas donde la probabilidad de pérdida de suelo será elevada (por ejemplo, debido a las altas pendientes, suelo arenoso, vegetación preincendio muy pobre, etc.). Como la pérdida de suelo es lo peor que puede ocurrir después de un incendio (el suelo tarda muchísimo en regenerarse), en estas áreas se requieren actuaciones urgentes para evitarlo. En estos casos, parece justificado cortar árboles quemados y utilizarlos para retener el suelo. Se pueden utilizar las ramas, los troncos en fajinas o hacer pequeños diques de contención. Pero se debe evitar generalizar estas actuaciones a toda la zona quemada si no es realmente necesario. Por ejemplo, no tiene sentido realizarlas en zonas con poca pendiente, en suelos muy pedregosos, en zonas con bancales bien conservados, o en zonas con abundantes plantas rebrotadoras.
Valorar las consecuencias: Vivimos en un entorno con vegetación inflamable y un paisaje y un clima cada vez más propensos a incendios debido a la acción humana. Para mejorar nuestra convivencia con el fuego, es importante mejorar al máximo la gestión posincendio. El gestor debe balancear los criterios socioeconómicos y ecológicos antes de realizar cualquier acción. Y sea cual sea la decisión, sería deseable evaluar el posible impacto del tipo de intervención seleccionado y, si es necesario, rectificar en la medida de lo posible.
Hace 40 millones de años, la Antártida estaba cubierta de grandes bosques. Y hace 25 000 años, media Europa estaba cubierta de hielo y la otra media eran estepas frías. Gracias a la paleontología hoy sabemos que la vegetación de todo el mundo ha ido cambiando según han ido sucediendo cambios climáticos. La vegetación y el clima están ligados, ya lo decía Humboldt (1769–1859), y es una de las primeras lecciones de ecología.
Si ahora, con nuestra inacción climática (fig. 1), hemos aceptado que cambie el clima, debemos aceptar también que cambie la vegetación. Es iluso querer conservar la vegetación del siglo XX con el clima del siglo XXI. Igualmente, la gestión forestal del siglo XXI no puede ser como la del siglo XX, cuando el clima era menos árido.
Fig. 1. Inacción climática. Concentración de CO₂ en la atmósfera (en ppm) a lo largo de los años (de 1960 a 2020). En colores se muestra el incremento de temperaturas a escala global (climate stripes). También se indican las diferentes reuniones internacionales realizadas para debatir sobre el cambio climático, y lo poco útiles que han sido. Tadzio Mueller / Wiebke Witt / Marius Hasenheit / Sustentio, CC BY
Los grandes incendios forestales
Los grandes incendios no se producen por una sola causa (el cambio climático o las plantaciones forestales). Se producen por la coincidencia de igniciones en periodos de sequía y condiciones meteorológicas adversas (olas de calor, viento), en zonas con vegetación continua y fácilmente inflamable[1, 2]. Estas zonas a menudo son matorrales y vegetación en etapas tempranas después del abandono rural (incluidos bosques jóvenes) o plantaciones densas no gestionadas apropiadamente.
El cambio climático interviene en la ecuación [2] porque extiende la estación propensa a incendios, agudiza las sequías, incrementa la mortalidad de plantas (y la biomasa seca) e incrementa la frecuencia de condiciones meteorológicas favorables a los incendios (por ejemplo, olas de calor). Pero el gran incremento de incendios que se ha dado en la historia reciente de España ha sido independiente del cambio climático, y asociado principalmente al abandono rural[3]. La disminución de la agricultura, del pastoreo y de la recolección de madera, y la falta de gestión en plantaciones forestales, generan paisajes más continuos y homogéneos donde el fuego se propaga fácilmente. En estos paisajes, el papel relativo del clima en los incendios aumenta a medida que dejamos que avance el cambio climático[2, 3].
La vegetación que aparecerá después de sequías e incendios recurrentes será diferente a la actual, porque muchas especies pueden no estar adaptadas a esos nuevos regímenes climáticos y de incendio. Presumiblemente la nueva vegetación será menos densa y menos forestal, y con cambios en la composición de especies.
Podemos dejar que las sequías y los incendios vayan adaptando los pasajes al nuevo clima. El problema es que esos grandes incendios pueden tener consecuencias sociales y económicas. Una alternativa es adelantarse a los incendios.
¿Qué podemos hacer?
Para evitar esos grandes incendios que perjudican a la sociedad, debemos adaptar nuestro paisaje y nuestro comportamiento a las nuevas condiciones ambientales. Esto incluye generar paisajes que sean más resilientes al régimen climático y de incendios que viene. Para ello, podemos poner en marcha estrategias como las siguientes
1. Generar paisajes heterogéneos
Las discontinuidades en el paisaje y los mosaicos agroforestales reducen la propagación de incendios. Esto es especialmente importante en zonas cercanas a las poblaciones humanas. Hay diversas estrategias para alcanzar este objetivo, por ejemplo: potenciar (con políticas de apoyo) el mundo rural, la agricultura y el pastoreo extensivo, así como el consumo de cercanía; incrementar las poblaciones de herbívoros naturales en zonas apropiadas para ello (rewilding o resilvestración); o realizar tareas de gestión forestal específicas en zonas críticas, como generar cortafuegos, quemas y pastoreo prescritos, o tratamientos y aprovechamientos silvícolas.
Todas estas herramientas no son excluyentes; se pueden combinar según las distintas características socieoconómicas y del terreno. Ciertamente, estimular el mundo rural es fácil de decir, especialmente desde el mundo urbano. Pero en España, por ejemplo, no es evidente que haya suficiente población dispuesta a volver a la vida rural como para generar un cambio significativo en el paisaje. Quizás podría ayudar una política de inmigración que ofreciera esa posibilidad a personas que llegan en busca de condiciones mejores a las que se dan en sus países de origen.
Fig. 2. Paisaje en la zona de Gátova (Valencia) después de un incendio en el verano de 2017. Alternar cultivos en zonas de monte (mosaicos agroforestales) ayuda a frenar su propagación. Foto: Juli G. Pausas,
2. Aprender a convivir con los incendios
Eliminar los incendios de nuestros paisajes es imposible y contraproducente [4], especialmente en el marco del cambio climático. El reto de la gestión es crear condiciones que generen regímenes de incendios sostenibles tanto ecológica como socialmente.
Enfocar las políticas de gestión de incendios únicamente a la extinción puede generar incendios grandes e intensos. Es más sostenible tener muchos incendios pequeños y poco intensos, que pocos incendios de grandes dimensiones e intensos.
Para alcanzar estos objetivos se requiere profesionalizar a los actores que intervienen en la prevención y extinción de los incendios forestales. Son ellos quienes pueden generar los regímenes de incendios sostenibles, pero en muchas ocasiones trabajan en condiciones precarias.
3. Minimizar y asumir riesgos
Debemos evitar construir viviendas e infraestructuras en zonas con bosque mediterráneo altamente inflamable y reducir al máximo la interfaz urbano-forestal. Esto no solo reduce el peligro para las personas e infraestructuras, también reduce las igniciones. Entre los mecanismos para conseguirlo se incluyen la recalificación de terrenos (a no urbanizables o incluso a agrícola) y la implementación de tasas (disuasorias) por construir en áreas con alto riesgo de incendios (pirotasas), entre otras.
En zonas ya construidas, es necesario asegurar que se realizan tareas de autoprotección, como la implementación de franjas de seguridad con poca vegetación (o con cultivos) alrededor de las viviendas, o incluso implementar sistemas de riego prescrito. Es importante asegurar que las viviendas tengan seguro contra incendios forestales, y que no esperen que los bomberos necesariamente las protejan. Hay que asumir riesgos, responsabilidades y costes si se desea vivir en medio de paisajes altamente inflamables en lugar de en una zona urbana.
Durante olas de calor, sería conveniente reducir la movilidad en el monte y en zonas de interfaz (urbano-forestal y agrícola-forestal) para minimizar el riesgo de igniciones.
Fig. 3. Ejemplo de interfaz urbano-forestal en un paisaje altamente inflamable en la Costa Brava (Platja d’Aro, Barcelona). Viviendas en una matriz forestal altamente inflamable como es este caso pronto o tarde se verán afectadas por un incendio; es cuestión de tiempo. Google Maps
4. Conservar los bosques y los humedales
Debemos conservar y restaurar los bosques en los microhábitats húmedos (refugios), para incrementar su resiliencia a los cambios en el clima.
Hay que potenciar la restauración de humedales y otros ecosistemas litorales que, aparte de los beneficios para la biodiversidad, mantienen el ciclo del agua y contribuyen a la conservación del clima[5].
La degradación de la costa (por la desecación de los humedales y la sobreurbanización) contribuye a la reducción de la precipitación [5] y al incremento de gases de efecto invernadero (vapor de agua) [5]. Potenciar vegetación en zonas urbanas (jardines, árboles en las calles) también contribuye a la conservación del clima, además de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos (¡ninguna calle sin árboles!).
5. Restaurar con especies vegetales más resistentes
La restauración del s. XX se basaba en imitar ecosistemas del pasado. En el s. XXI, la restauración no ha de tener como referencia el pasado, sino el futuro. En proyectos de restauración y en plantaciones, se deben utilizar especies (o poblaciones de las mismas especies) más resistentes a la sequía y a los incendios que las que había con anterioridad [6]. Por ejemplo, especies y poblaciones que actualmente se encuentran en zonas más secas o con más actividad de incendios. Esto sería más sostenible que utilizar las estaciones de alta calidad forestal que se utilizaban con el clima del siglo pasado.
6. Reducir el consumo de combustibles fósiles
Esto es clave para frenar el aumento de gases de efecto invernadero, y así reducir la velocidad del cambio climático y la frecuencia de las olas de calor.
En conclusión
Este verano tenemos grandes incendios principalmente en el oeste del Mediterráneo, y el verano pasado los tuvimos en el este, acorde con la distribución de las olas de calor de cada año. No hay ninguna novedad ni sorpresa en ello. Hemos decidido cambiar el clima (fig. 1) y por lo tanto, la vegetación se está ajustando a ese nuevo clima. Está todo dentro de lo esperado si seguimos sin adaptar el paisaje y nuestro comportamiento a las nuevas condiciones del siglo XXI. El fuego y las sequías lo hacen por nosotros.
[2] Pausas J.G. & Keeley J.E. 2021. Wildfires and global change. Front. Ecol. Environ. 19: 387-395. [doi | wiley | pdf | brief for managers]
[3] Pausas J.G. & Fernández-Muñoz S. 2012. Fire regime changes in the Western Mediterranean Basin: from fuel-limited to drought-driven fire regime. Climatic Change 110: 215-226. [doi | springer | pdf]
[4] Pausas J.G. 2017. Acabar con los incendios es antinatural e insostenible. 20minutos (Ciencia para llevar), 13 Julio 2017. [20minutos]
[5] Pausas J.G. & Millán M.M. 2019. Greening and browning in a climate change hotspot: the Mediterranean Basin. BioScience 96:143-151. [doi | oup | blog | pdf]
[6] Leverkus AB, Thorn S, Gustafsson L, Noss R, Müller J, Pausas JG, Lindenmayer D. 2021. Environmental policies to cope with novel disturbance regimes: steps to address a world scientists’ warning to humanity. Environ. Res. Lett. 16: 021003. [doi | pdf]
This post complements the letter published today in the Science [doi] – A version of that letter is also available in Turkish here.
Turkey was hit hard by wildfires in 2021, with a record of about 203,000 ha burnt. Most of the area burnt was covered by Mediterranean Pinus brutia forests. Pinus brutia is not a fire-resistant trees, it dies after a fire; however, they have serotinous cones thus after fire the seeds are dispersed and new individuals recruit few months later. This forest also includes many shrubs able to resprout or germinate after fire. Thus natural regeneration was expected in most of the affected area. In fact, 4 months after fire, we already observed pine seedlings and many species resprouting [link]. To preserve this ecosystems, it is important to preserve their regeneration potential. Usually, quick postfire management is only needed if soil losses are likely; in those environments, soil losses typically occurs in only a small proportion of the landscape.
However, the Turkish government is cutting all dead trees (salvage logging). In many places, heavy machinery is being used and forest roads are being opened. In some cases, logging is followed by seeding or by terracing and new tree planting. That is, in some places they are transforming an ecosystem to an artificial afforestation. Thus the postfire management actions are more disturbing than the fire. And these postfire actions are taking place in both unprotected public forests and in conservation areas (e.g. Marmaris National Park).
It is worth remembering that standing dead trees have many ecological functions such as to reduce the impact of raindrops on the ground (i.e., reducing erosion), maintain some humidity, capture water from fogs, serve as perches for birds that bring seeds and contribute to the regeneration, and are habitat for many fauna (mainly invertebrates and some birds). And when dead trees fall down, they provide organic matter and nutrients to the soil.
We urge the Turkish General Directorate of Forestry to stop degrading ecosystems and move toward more ecologically sustainable forest management.
All photos below were Pinus brutia forests.
Postfire salvage logging + terracing + plantation in Marmaris National Park (see also this video)
Postfire salvage logging of burned trees in the Marmaris area
Examples of destroying potential natural postfire regeneration in Antayla, Turkey. Click the image to enlarge. Photos: link
References
[1] Tavsanoglu, Ç. & Pausas J.G: 2022. Turkish postfire action overlooks biodiversity. Science [doi | pdf | Turkish version]
Despite the multiple evidence that afforestation is not a solution for mitigating the increased atmospheric CO2 [1], there are still lobbies and multimillionaire clubs willing to plant millions of trees at the global scale, and spreading myths about the benefits of trees and large afforestation programs. Recently (17 July 2020), William Bond gave a talk at Oxford University to bust these myths. Here is his talk, and below is a summary of the top 5 myths.
Myth 1. Forest are ancient, non-forests are caused by deforestation. There is evidence of ancient species-rich grasslands and shrublands in many parts of the world (from Cerrado in Brazil, to grasslands in Africa, shrublands in Mediterranea ecosystems, etc.). In fact animal grazers evolved long ago (long before humans could deforest) in grasslands. There are also evidences of many tropical forests that were thought to be ancient and are not (e.g., youtube). This myth has deep roots in the western culture [2].
Myth 2. Oxygen comes from trees: cutting down forest will deprive us of air to breath. Oxygen is more ancient than forests! The atmospheric concentration of oxygen during much of the evolutionary history of plants, before the rise of dense tropical forests, has been higher than current level (21%). Fire requires oxygen to burn, and there has been fire since early colonization of land plants [3]. Statements like the Amazon provides 20% of our oxygen are wrong; the Amazon consume about as much O2 as it produces; O2 is ancient, it doesn’t depend on trees (see details: link1 & link2). There are lots of reasons to preserve the Amazon, but running out of oxygen isn’t one of them.
Myth 3. Forests ‘make rain’: plant trees to get more water. W. Bond note that many city dwellers and some climatologists suggest that planting trees would increase water supply, but farmers, which have daily experience with land management, says that planting trees dries up rivers. A catchment experiment in South Africa unambiguously show that catchments with tree plantations get drier compared with those under natural shrublands (Wyk 1987). Maybe some catchments, given their size, climate and topography, may generate their own rainfall (as often suggested for the Amazon), but this doesn’t seems a general rule. Planting trees will not ‘make rain’, most likely will dry out the watershed (e.g., Wang et al. 2020).
Myth 4. The biggest store of terrestrial carbon is in tropical forests. Tropical forests store about 225 Pg C, while boreal soils store ca. 1300 Pg C. So, from the C perspective, it is more important to conserve boreal soils (peatlands, etc.) than tropical forests! Obviously tropical forest need to be conserved for their biodiversiy. But you better forget about planting trees, and start thinking in conserving boreal peatlands as their destruction would release high amount of CO2 to the atmosphere. See also: Friggens et al. 2020.
Myth 5. Forests equate with biodiversity. Many tropical forests are highly diverse, but there are examples where planting trees implies a loss of biodiversity (Abreu et al. 2017, Phifer et al. 2017). When comparing savannas and forest for the same rainfall, there are no differences in biodiversity (Murphy et al. 2016). In addition, many of the global biodiversity hotspots are open non-forest ecosystems or mosaics of forest and open ecosystems. So the myth cannot be hold. In fact, landscape mosaics of forest and non-forest are highly diverse landscapes [4].
[2] Pausas J.G. & Bond W.J. 2019. Humboldt and the reinvention of nature. J. Ecol. 107: 1031-1037. [doi | jecol blog | jgp blog | pdf]
[3] Pausas J.G. & Keeley J.E. 2009. A burning story: The role of fire in the history of life. BioScience 59: 593-601 [doi | OUP | pdf | post]
[4] Pausas J.G. & Bond W.J. 2020. Alternative biome states in terrestrial ecosystems. Trends Plant Sci. 25: 250-263. [doi | sciencedirect | cell | pdf]
— Update: a new paper that addresses this topic: Fleischman et al. 2020. Pitfalls of tree planting show why we need people-centered natural climate solutions. BioScience, doi: 10.1093/biosci/biaa094
“I cannot think of a more tasteless undertaking than to plant trees in a naturally treeless area, and to impose an interpretation of natural beauty on a great landscape that is charged with beauty and wonder, and the excellence of eternity.” – Ansel Adams
Some scientific articles and many newspapers and magazines have spread the idea that planting many trees would be one of the best and most natural ways to fight against climate change. This is because trees fix CO2 through photosynthesis and thus they could lower the atmospheric CO2 concentration. To revert the current CO2 levels, if possible at all, would require the tree plantation to be massive and global. However there is increasing evidence that a massive afforestation is not a solution for mitigating CO2 emissions, and in fact, it could be detrimental, especially in a warming world. Here are the main reasons:
Planting trees in grasslands, savannas, shrublands and other open ecosystems (those potential for massive afforestation) would imply a large loss of biodiversity. Many of these environments are ancient, with many endemics to open ecosystems, i.e., species that are shade-intolerant o require large open spaces [1].
Potential carbon fixation by afforestation, as estimated by those advocating for massive tree plantations, is largely overestimated. For instance, they often assume that treeless ecosystems do not store C, while many of these ecosystems store a lot of C below-ground (savannas, shrublands, peatlands, …). They also neglect that forest in boreal and high mountain environments absorb more sunlight (reduce albedo) and emit more heat than treeless ecosystems (especially when snowy), and thus they exacerbate global warning. Similarly massive afforestation in arid ecosystems could also reduce albedo (increase darkness). After accounting for all these and other details [2-5], the potential C fixation estimates by afforestation become much lower than previously thought.
There are physiological limits to increase ecosystem photosynthesis, and the increase is very slow (compared with the anthropogenic CO2 release). Any increase would require huge amount of water and the concomitant increase in respiration [6].
Many of the potential sites for afforestation are in dry seasonal climate, and thus prone to fire, if fuel is available. Massive afforestation would increase the amount and continuity of fuels (landscape homogeneization), increasing the chance of large and intense fires (i.e., abruptly releasing large amounts of CO2); this is already happening with other afforested areas (e.g., 2017 fires in Portugal and Chile [7]). They would also be prone to diseases and insect outbreaks, especially given the ongoing warming.
Massive afforestation would reduce land availability for agriculture and grazing; it would also consume a lot of water [8]. All this would trigger a number of socio-economic impacts (e.g., rural depopulation), especially in poor countries.
Massive afforestation would be very expensive, yet would not make much C fixation during the next two or three decades (small trees don’t store much C). For C fixation it would be more efficient (and sustainable) to stop deforestation (i.e., to conserve mature forests with trees that are currently fixing C [9]), i.e., to pay subsides to owners or countries for conservation (e.g., Amazon, Indonesia, etc.).
Certainly tree planting (and logging) may affect the C cycle, but it affects the short-term C cycle (decade scale). Most of the C we are burning and emitting to the atmosphere was fixed more than 100 millions of years ago (Mesozoic; 90% of the coal was deposited 300 Mya); it is another temporal scale. You cannot mix those temporal scales. Small changes in the short-term C cycle (management scale) are not going to make much difference to the long-term C cycle (geological scale).
There is no scientific evidence to support massive afforestation to fight against climate change. And we should not get distracted from the urgent actions needed: to drastic reduce fossil fuel use, to invest in alternative energy sources, to stop deforestation and ecosystem destruction, and to restore natural ecosystems.
Note that this message is not against tree plantations per se (e.g., for wood, food, fiber, for improving urban quality, etc.), but to emphasize that all the evidence points against massive afforestation as part of the solution for CO2 mitigation. For instance, planting trees in urban areas would contribute little to CO2 fixation, but have many other benefits, such as reducing the urban heat effect, filtering pollution, improving urban biodiversity and mental health for people, and even reducing the local climate change [10].
Left: species poor afforestation in southern Bulgaria; it burned with a high intensity fire 50 years after plantation (the Kresna fire, 2017). Right: species rich forest-savanna mosaic with frequent natural low intensity fires. Photos: JG Pausas, WJ Bond (from [11])
References
[1] Bond et al. 2019. The trouble with trees: Afforestation plans for Africa. Trends Ecol. Evol. doi:10.1016/j.tree.2019.08.003
[2] Veldman et al. 2019. On “The global tree restoration potential”. Science 366 (6463) 18 Oct 2019 [doi | link] + see also in the same issue: Lewis et al. [link], Friedlingsteinet al. 2019 [link], Luedeling et al. [link], Delzeit et al. [link]
[3] Krause et al. 2019. Pitfalls in estimating the global carbon removal via forest expansion. bioRxiv 788026.
[4] Taylor SD & Marconi S. 2019. Rethinking global carbon storage potential of trees. bioRxiv 730325.
[5] Rahmstorf S. 2019. Can planting trees save our climate? RealClimate http://www.realclimate.org/index.php/archives/2019/07/can-planting-trees-save-our-climate/
[6] Baldocchi, D. & Peñuelas, J. (2019) The physics and ecology of mining carbon dioxide from the atmosphere by ecosystems. Glob. Change Biol., 25, 1191-1197.
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Heilmayr et al. 2020. Impacts of Chilean forest subsidies on forest cover, carbon and biodiversity. Nature Sustain, 1–9. doi: 10.1038/s41893-020-0547-0
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Our paper where we emphasized the role of wildfires in providing ecosystem services [1] had a good reception among those with experience in fire ecology; but it was a surprise for people that never worked on wildfires [2]. The main criticism we have received is that it is very obvious that wildfires can produce negative effects (killing plants and animals, increasing erosion and pollution, burning houses, etc.) and we did not emphasized this in the paper. Of course! Everybody knows it! We have never denied it! In fact, if fire didn’t not kill plants and animals, it would not be an evolutionary pressure! [3]
Rain is a natural process that provides a range of services to humans but certainly not all rainfall events (eg those generating floods) are beneficial to human societies. Biodiversity can also deliver a variety of services, even though there are species capable of harming humans. Likewise, the vast majority of life depends on sunlight, yet we can get sunburn and develop skin cancer after overexposure. In the same way, wildfires can offer a range of ecosystem services [1] but obviously not all fires, and not all fire regimes, provide services to humankind. For instance, if we build houses in a fire-prone (or flood-prone) area, then the inhabitants of those houses are likely to suffer negative impacts when a wildfire (or a major rainfall event) occurs. Similarly, when we substantially increase fuel loads and landscape homogeneity (eg due to a fire exclusion policy, or with a massive and poorly managed tree plantation), the impact of wildfires – especially under novel climatic conditions – can be catastrophic (eg the case of the 2017 fires in Portugal and Chile [4]).
In more general terms, negative impacts to humans often occur when we perturb the historical fire regime: that is, when one or some of the fire regime parameters (ie frequency, seasonality, spread pattern, or intensity) are altered [5]. This is because human societies have adapted to historical fire regimes, or have modulated the fire regime for their own benefit (cultural fire regimes); however, recent abrupt fire regime changes due to modern anthropogenic factors (eg mismanagement, global warming) lead to fire regimes that adversely impact biodiversity and the services they provide (for a few examples, see [5]). This is why we previously suggested that perturbations to the historical fire regime feed back to the functioning of the ecosystem and reduce these services in the same way that major anthropogenic changes in a rainfall regime reduce the services that precipitation provides to humans [1]. Thus, the idea that wildfires can provide ecosystem services stands firmly, even though there are currently some socially unsustainable fire regimes; these negative impacts are well-known by everybody, and widely spread by the media.
Ucrania natural heritage site (Wikimedia, licensed under the Creative Commons).
References
[1] Pausas J.G. & Keeley J.E. 2019. Wildfires as an ecosystem service. Front. Ecol. & Environ. 17: 289-295. [doi | pdf | blog | brief for managers]
[5] Keeley J.E. & Pausas J.G. 2019. Distinguishing disturbance from perturbations in fire-prone ecosystems. Int. J. Wildland Fire 28: 282-287. [doi | IJWF | pdf | blog | brief for managers]
Wildfires are often viewed as destructive disturbances. In a recent paper we propose that when including both evolutionary and socioecological scales, most ecosystem fires can be understood as natural processes that provide a variety of benefits to humankind [1]. Wildfires provide open habitats that enable the evolution of a diversity of shade-intolerant plants and animals that are a source of products used by humans since long ago. Wildfires also regulate pests and catastrophic fires, contribute to the regulation of the water and carbon cycles, and could help plants in their adaptation to novel climates. That is, there are many provisioning, regulating, and cultural services that we obtain from wildfires (box below). Prescribed fires are a tool for mimicking the ancestral role of wildfires in a highly populated world.
Figure: Schematic representation of the factors occurring at the evolutionary (green square) and at the socioecological (yellow square) scale associated with fire regimes and ecosystem services. Natural (historical) wildfire regimes create open habitats that can promote specific adaptations, biodiversity, and overall functioning in fire-prone ecosystems; these are the supporting services necessary for the production of all other services (table below). Decisions and policies may modify fire regimes (anthropogenic fire regimes) modulating ecosystem functioning and services (socioecological feedback); that is, policy decisions may switch between maintaining ecosystem services (stabilizing feedback) or generating unsustainable fire regimes (disruption of the feedback). Decisions and policies (bottom right corner) include fire and landscape management decisions, but also include socioeconomic changes that have implications on fire regimes (eg rural abandonment [2]). From [1].
Examples of ecosystem services provided by recurrent wildfires to early and to contemporary societies. For more details, see [1]:
Provisioning services:
– Provide open spaces for pastures, agriculture, and hunting
– Stimulate germination of desirable annual ‘crops’ postfire
– Provide carbohydrates from underground plant organs
– Provide craft and basketry material (resprouts)
– Maintaining open spaces for grazing and hunting
– Provide essences, medicines, flowers (ornamental)
Regulating services
– Pest control for humans and livestock
– Reduce catastrophic wildfires
– Accelerates species replacement in changing conditions
– Enhance flowering and pollinator activity
– Water regulation
– Carbon balance
Cultural services
– Spiritual, inspirational
– Ecotourism in open ecosystems
– Recreational hunting
– Scientific knowledge on the origin of biodiversity
– Knowledge on ancestral fire management techniques
Cover of the June 2019 issue of Frontiers in Ecology & Environment (17, 6) where our papers is featured. California poppy (Eschscholzia californica) flowering postfire enhances pollination.
Illustrating ecosystems services by fire is not easy; here are some examples of pictures I received to potentially illustrate this paper; most of them did not finally go to the paper. Thanks to the contributes! – [click the photo to enlarge]
Lower Omo Valley Ethiopia, by G. Gil-Romera
Lower Omo Valley Ethiopia, by G. Gil-Romera
Lower Omo Valley Ethiopia, by G. Gil-Romera
Martu Native Title Lands, Austrlia, by Rebecca Bliege Bird
Martu Native Title Lands, by Rebecca Bliege Bird
Mallee burnt, Australia, by A. Smith
28 yrs after La Mesa fire New Mexico, Sandra Louise Haire
Echinacea paradoxa
by P. Casals
California, by J. Keeley
References
[1] Pausas J.G. & Keeley J.E. 2019. Wildfires as an ecosystem service. Frontiers in Ecology and Environment 17: 289-295 [doi | pdf | summary for managers]
[2] Pausas J.G. & Fernández-Muñoz S. 2012. Fire regime changes in the Western Mediterranean Basin: from fuel-limited to drought-driven fire regime. Climatic Change 110: 215-226. [doi | springer | pdf]
No hay duda que el planeta está sometido a un calentamiento global causado por al incremento de CO2. Para evitar una pérdida de calidad de vida y de biodiversidad, se necesitan políticas de reducción de CO2, que se deben realizar a todos los niveles, tanto personal, como a nivel municipal, regional y global. Pero además de estas políticas de CO2, existen otras políticas locales relacionadas con la gestión del territorio, que pueden ser muy relevantes para luchar contra el cambio climático. En nuestro clima mediterráneo existen dos factores clave, el régimen de incendios y el régimen de sequías, que actualmente están siendo perturbados. En un artículo reciente [1] se propone que existen principalmente tres factores locales que determinan la actual dinámica de la vegetación y que afectan a los incendios y las sequías en nuestros ecosistemas:
a) El abandono rural en un entorno depauperado de herbívoros salvajes. Este aumenta las áreas de monte (áreas forestales), pero también la abundancia y continuidad de la vegetación, que es el combustible que alimentan los incendios forestales. Ello incrementa la probabilidad de incendios grandes e intensos y de incendios en la interfaz agrícola-forestal.
b) El incremento de la población urbana viviendo o visitando zonas semiurbanas (por ejemplo, incremento de viviendas en la interfaz urbano-forestal). La consecuencia es un incremento de: 1) la degradación de la biodiversidad (por ejemplo, incrementa la introducción de especies exóticas, la contaminación lumínica, el uso ineficiente del agua, etc.); 2) la probabilidad de incendios (más igniciones tanto accidentales como provocadas); y 3) la vulnerabilidad de la sociedad a los incendios (se ponen en peligro vidas e infraestructuras).
c) La degradación costera, que aumenta la sequía a través de procesos de retroalimentación negativa; es decir, la desecación de las marismas costeras, la deforestación para la agricultura y, más recientemente, la explosiva urbanización costera, han reducido drásticamente los ecosistemas originales (y su evapotranspiración) y, por lo tanto, el agua disponible para la brisa marina que en el pasado alimentaba las lluvias en las montañas de la costa [1].
Por lo tanto, las políticas de gestión del territorio para luchar contra el cambio climático deben enfocarse a dos objetivos principales: gestionar los incendios, y reducir las sequías; siempre evitando que la gestión afecte negativamente a la biodiversidad.
Figura: La perturbación de los regímenes de incendios naturales y sequías en los paisajes mediterráneos está determinada tanto por factores globales como locales. El aumento de la actividad de incendios se debe a la cantidad de combustible y la homogeneidad del paisaje generada por el abandono rural en un entorno depauperado de herbívoros y con crecientes igniciones (de origen humano) y sequías. El aumento de las condiciones secas es consecuencia del calentamiento global, pero también de las pérdidas por tormentas causadas por la perturbación del ciclo del agua generado por la degradación de los ecosistemas costeros. El incremento de población semi-urbana se refiere al incremento de población urbana viviendo en o visitando zonas de monte, incluyendo zonas de la interfaz urbano-forestal.
Políticas para la gestión de incendios: La tolerancia cero a los incendios no ha funcionado ni en España ni en ningún otro país; al contrario, la extinción total de los incendios genera ecosistemas con gran acumulación de biomasa que cuando arden lo hará con elevada intensidad produciendo incendios de grandes dimensiones (megaincendios). Esto es lo que se llama la paradoja de la extinción de los incendios. Por lo tanto, el reto de la gestión no debería ser eliminar los incendios, sino crear paisajes que generen regímenes de incendios sostenibles tanto ecológica como socialmente [2,3]. Eliminarlos es imposible, antinatural y ecológicamente insostenible [4]. Por lo tanto, en áreas cerca de zonas urbanas debe potenciarse los incendios pequeños, frecuentes, y de baja intensidad, sea aprovechando incendios naturales o realizando quemas prescritas. Además, la introducción de herbívoros, sean nativos (rewilding) o ganado, puede reducir la cantidad de combustible y por lo tanto limitar los incendios y facilitar las quemas prescritas. La gestión de los incendios también implica decisiones tan conflictivas como limitar la interfaz urbano-forestal, es decir, limitar la expansión de urbanizaciones y polígonos industriales en zonas rurales y naturales. Los mecanismos para limitar estas zonas pueden ser diversos, incluyendo la recalificación de terrenos (a no urbanizables), o la implementación de tasas (disuasorias) por construir en áreas con alto riesgo de incendios, entre otros. En las zonas ya urbanizadas, se requiere forzar la realización de planes de evacuación y multar la falta de autoprotección alrededor de las viviendas, de manera que se reparta la responsabilidad entre administración y propietarios.
Políticas para la conservación del clima: Una manera de reducir las sequías es potenciar el ciclo del agua que ha sido perturbado por la degradación de la costa. Esto implica, la conservación, restauración, y ampliación de la mayor zona posible de vegetación nativa en la zona más litoral, y en especial de los marjales litorales. Es decir, la conservación de los marjales litorales son importantes no solo para la conservación de la biodiversidad, sino también para la conservación del clima. Además, en las zonas urbanas y semiurbanas se debería potenciar los parques, jardines y zonas verdes con abundante vegetación, así como plantar árboles en todas las calles posibles. La evapotranspiración que realizaría toda esta vegetación (en sistemas naturales, urbanos y semiurbanos), beneficiaría al ciclo del agua y contribuiría a la conservación del clima. Además, la vegetación en zonas urbanas y semiurbanas también beneficia a la calidad de vida en muchos otros aspectos que no abordamos aquí. Dado que pequeños incrementos de temperatura en la costa tienen implicaciones en toda las montañas vecinas [1], es importante reducir el efecto ‘islas de calor’ que ejercen las zonas urbanas de la costa. Para ello, se podría potenciar el uso de materiales de construcción con elevada reflectividad en superficies horizontales (tejados, calles, patios, etc), cosa que disminuiría el efecto de calor urbano; además, las viviendas construidas con estos materiales requieren un menor uso de la calefacción. En la zona de montaña, se puede potenciar el uso de colectores de niebla para obtener agua para la agricultura o otros usos.
En conclusión, además de disminuir la concentración de CO2 en la atmósfera, existe un gran número de acciones que se pueden realizar con políticas locales, y que contribuirían en gran manera a la disminución de los efectos del calentamiento global y al aumento de la calidad de vida.
Más información en:
[1] Pausas J.G. & Millán M.M. 2019. Greening and browning in a climate change hotspot: the Mediterranean Basin. BioScience 96:143-151. [doi | oup | blog | pdf]
[3] Pausas J.G. 2018. Incendios forestales, encrucijada natural y social. En: Ecología de la regeneración de zonas incendiadas (García Novo F., Casal M., Pausas J.G.). Academia de Ciencias Sociales y del Medio Ambiente de Andalucía. pp. 9-14. [pdf]
[4] Pausas J.G. 2017. Acabar con los incendios es antinatural e insostenible. 20minutos (Ciencia para llevar), 13 Julio 2017. [20minutos]
The paleartic region with mediterranean climate (southern Europe and northern Africa; the Mediterranean Basin; Fig. 1) is a hotspot of biodiversity, a hotspot of climate change (warming of the region is above global average), and a hotspot of human population (a highly populated area and a top tourist and retirement destination). In addition, the Mediterranean Sea is the world’s largest inland sea, and climatic disruptions in the region have consequences in the large catchment area that includes central-eastern Europe (Fig. 1). That is, environmental changes and disruptions of the water cycling in the Mediterranean region have consequences affecting a large human population [1].
Fig. 1. Area with mediterranean climate (green) and limits of the Mediterranean catchment (red). The European catchment limit based on Cortambert (1870). From [1]; shape files available here.
The region, as all the planet, is subject to global warming. In addition there are three main local processes (not directly related to global warming) that are very important in understanding dynamic changes in the region [1]:
a) Rural abandonment in an environment depauperate of native herbivores; this increases wildlands (greening) but also the abundance and continuity of fuels that feed wildfires [2]
b) Increasing the wildland-urban interface; this increases biodiversity degradation (e.g., alien species), fire ignitions, and the vulnerability of the society to fires
c) Coastal degradation enhances drought (browning) through negative feedback processes; that is, the desiccation of coastal marshes, the deforestation for agriculture, and more recently, the explosive coastal urbanization, have drastically reduced the original ecosystems and thus the water available for the sea breeze that was once feeding the rain in the upper part of the mountains [1].
All these mechanisms act in different directions (greening, browning), and the current balance is still towards greening, as land abandonment is buffering the browning drivers; however, it is likely to switch with global warming. The challenge is to mitigate the browning processes. The good news is that the importance of small-scale drivers suggests that local policies and actionscan make a difference in reducing overall impact on the landscape and society.
Mechanisms acting at a fine scale, together with global drivers (CO2 enrichment and climatic warming) interact and drive current vegetation changes in Mediterranean landscapes. Any model aiming to predict the future of our vegetation and climate must consider these local mechanisms; and failing to consider them at an appropriate scale is likely to produce inconclusive predictions.
Fig. 2. The disruption of the natural fire and drought regimes in Mediterranean landscapes is driven by global and local drivers. Increased fire activity is a response to the fuel amount and landscape homogeneity generated by rural abandonment (fire hazard) in an environment depauperated of herbivores and with increasing human ignitions (fire risk) and droughts (fire weather). The increased dry conditions are the consequence of global warming, but also of storm losses caused by the disruption of the water cycle generated by the coastal degradation. WUI: wildland-urban interface. From [1].
References
[1] Pausas J.G. & Millán M.M. 2019. Greening and browning in a climate change hotspot: the Mediterranean Basin. BioScience 69: 143-151 [doi | OUP | pdf | map (shape file)]
[2] Pausas J.G. & Fernández-Muñoz S. 2012. Fire regime changes in the Western Mediterranean Basin: from fuel-limited to drought-driven fire regime. Climatic Change 110: 215-226. [doi | springer | pdf]
“Every time you build anything, a highway, a school, whatever, you are altering the precipitation regime somewhere downwind” Millán M. Millán
Después de un incendio, lo peor que puede ocurrir es que haya pérdida de suelo. Por ello se aconseja visitar pronto las zonas afectadas con el fin de detectar puntos donde es posible que esto ocurra, y en su caso, poder aplicar medidas para evitarlo. En la zona mediterránea las zonas con posible pérdida de suelo suelen ser puntuales dentro del área afectada por el incendio. Estas zonas sensibles suelen estar asociadas a pendientes pronunciadas, suelos poco pedregosos, texturas arenosas, bancales abandonados, etc.. Entre las medidas para evitar la pérdida del suelo se incluye cubrir la parte sensible con paja o similar (empajado o mulching, que evita el contacto directo de las gotas de agua con el suelo), la siembra de hierbas de crecimiento rápido, o la colocación de troncos en fajas para reducir los movimientos de suelo.
En el pasado agosto ardieron unas 3200 ha en el incendio de Llutxent, afectando principalmente a los municipios de Llutxent, Gandia y Pinet (provincia de Valencia). Poco después del incendio se iniciaron acciones para proteger el suelo de la erosión, tales como la corta de pinos muertos y su colocación en el suelo en fajas. Sin embargo, estas acciones se están aplicando de forma generalizada, incluyendo zonas muy pedregosas y con poca pendiente (ver fotografías), o donde la regeneración de la vegetación es buena. En estas zonas no es previsible que haya erosión, y por lo tanto esta acción parece ecológica y económicamente innecesaria. En algunos casos, podría ser perjudicial si las acciones realizadas afectan a la regeneración natural. De hecho, con las lluvias de las semana pasadas, ya se podría evaluar si realmente ha servido para algo estas acciones y si vale la pena continuarlas.
Acciones que se están realizando en la zona afectada por el incendio de Lutxent (fotos tomadas en septiembre y octubre, 2018, por R. Badenes y J.G. Pausas).
Actualización, 27 Nov 2018: Hace unas semanas en Llutxent llovió entre 300-600 mm en pocos días, y no se ha observado erosión en sitios pedregosos y poco inclinados. A pesar de esto, se sigue aumentando las fajas para frenar la erosión … (pincha en la foto para ampliar)
Recientemente, Greenpeace hizo un par de preguntas a varias personas que trabajan en diferentes ámbitos relacionados con incendios forestales (noticia | documento). Aquí copio mis respuestas.
¿En qué han cambiado los incendios?
En las últimas décadas se ha observado un cambio brusco en el régimen de incendios, aumentando la frecuencia y, especialmente, el tamaño de los incendios. Los incendios requieren de tres factores: combustible (vegetación densa y continua), igniciones, y condiciones propensas a la propagación del fuego (sequedad, viento). Estos tres factores se han visto favorecidos en los últimos años y de manera simultánea:
(1) ha aumentado la cobertura, continuidad y densidad de la vegetación en el paisaje, incrementando la biomasa y el combustible disponible para los incendios;
(2) ha cambiado el clima hacia veranos más cálidos, más secos, y más largos, por lo que se dan mejores condiciones para la propagación del fuego y durante más tiempo; y
(3) ha aumentado la población urbana en las zonas de interfaz urbano-forestal (ver foto), lo que conlleva un mayor número de igniciones, tanto accidentales como provocadas.
En definitiva, actualmente hay más incendios porque tenemos paisajes y climas más propensos a la propagación del fuego, y más igniciones.
De estos tres factores, el que más ha influido en el cambio del régimen de incendios es el aumento de vegetación (biomasa) en nuestros paisajes. Este aumento se debe principalmente al abandono de las actividades rurales (tales como la agricultura, el pastoreo, la extracción de leña, o la gestión de las plantaciones forestales), y a las políticas de exclusión total de los incendios, sin una sustitución por otros sistemas que controlen la vegetación, tales como los herbívoros silvestres, o las quemas y el pastoreo prescritos.
¿Como mitigar el impacto de los incendios?
La política de tolerancia cero a los incendios no ha funcionado en ningún país del mundo. El reto de la gestión no debería ser eliminar los incendios, sino crear paisajes que generen regímenes de incendios sostenibles tanto ecológica como socialmente. Para ello se precisan acciones a distintos niveles, tales como aceptar abiertamente un cierto régimen de incendios (especialmente en zonas poco pobladas y en ecosistemas con adaptaciones al fuego), crear discontinuidades en paisajes forestales homogéneos (por ejemplo, mosaicos agrícola-forestales), o reducir el combustible en zonas estratégicas o próximas a viviendas. También implica decisiones tan conflictivas como limitar la interfaz urbano-forestal, es decir, limitar la expansión de urbanizaciones y polígonos industriales en zonas rurales y naturales. A los efectos ambientales que supone la expansión de estas zonas de interfaz (por ejemplo, en biodiversidad, especies invasoras, contaminación lumínica y visual, etc.), hay que añadir que constituyen una gran fuente de igniciones, y que convierten en catastróficos (socialmente) incluso a regímenes de incendios ecológicamente sostenibles. Los mecanismos para limitar estas zonas pueden ser diversos, incluyendo la recalificación de terrenos (a no urbanizables), o la implementación de tasas (disuasorias) por construir en áreas con alto riesgo de incendios, entre otros. Además, y con carácter más general, incrementar las medidas que frenan el cambio climático contribuiría a reducir los cambios no deseados en el régimen de incendios.
Foto: Ejemplo de interfaz urbano-forestal (Port d’Andratx, Mallorca; foto: @xarxaforestal). Con este modelo de urbanismo, además de aumentar la probabilidad de igniciones, convertimos en catastróficos incluso a regímenes de incendios ecológicamente sostenibles.
A principios de septiembre de 2017, tuve la oportunidad de visitar algunas de las zonas afectadas por los grandes incendios ocurridos en Chile durante el verano austral (finales del 2016 e inicios del 2017). Aquí un resumen de esa visita.
Algunas reflexiones de esa visita:
Pausas J.G. 2017. Reflexiones para la restauración ecológica: visita a las zonas afectadas por incendios en la región de O’Higgins (Chile central). Chile Forestal, 387:51-53 [pdf | conaf]
Vídeo ilustrativo (realizado por la CONAF):
Ejemplos de la regeneración de la vegetación nativa: rebrotes 7 meses posincendio (pinchar para ampliar)
Espinal de Acacia caven
Trevoa trinervis
Lithraea caustica
Quillaja saponaria
Kagenechia
Podanthus mitiqui
Peumus boldus
Crinodendron patagua
Regeneración de las plantaciones: 7 meses posincendio
Catchments of the Iberian Peninsula. This may be an appropriate regionalization for ecological studies and resource management. In fact, it will be very appropriate to have an Iberian Environmental Agency! We used a catchment-based approach in a study of fire regimes [1]. Other current approaches for regionalization include the one based of the movement of people instead of the movement of water (e.g., for USA, [2]). In any case, this is a nice colourful image of Iberia!
Source: www.etsy.com
References
[1] Pausas J.G. & Paula S. 2012. Fuel shapes the fire-climate relationship: evidence from Mediterranean ecosystems. Global Ecol. & Biogeogr. 21: 1074-1082. [doi | pdf | supp]
[2] Dash Nelson, G. & Rae, A. (2016) An economic geography of the United States: from commutes to megaregions. PLOS ONE, 11, e0166083.
Los incendios del verano 2016/2017 en Chile central afectaron alrededor de unas 600,000 ha [1]. Ahora, y como es natural, la sociedad demanda la restauración urgente de los ecosistemas nativos afectados (>60% de la zona afectada fueron plantaciones forestales [1,2]). La restauración ecológica debe estar basada en el conocimiento, y no se debe realizar de manera generalizada y arbitraria. Una restauración inapropiada es un gasto económico innecesario y a veces incluso perjudicial para el ecosistema; por ejemplo, realizar plantaciones con maquinaria pesada en un ecosistema donde muchas plantas rebrotan después del incendio puede ser contraproducente, ya que puede limitar la regeneración natural. Por lo tanto, las acciones de restauración ecológica requieren de un diagnóstico del terreno previo [3] en el que se evalúe el potencial de erosión del suelo, el potencial de regeneración natural, y la potencial pérdida de especies (incluyendo los efectos de posibles especies invasoras posincendio). Las acciones de restauración deben ser específicas para cada una de las zonas donde se detecten estos problemas dentro del perímetro incendiado. Probablemente no se requerirá restauración alguna, aunque si un control del pastoreo, en aquellos sectores en los que no haya peligro de pérdida de suelo y la regeneración de la vegetación y de la mayoría de especies no esté comprometida. Se requieren actuaciones urgentes en zonas con pérdida potencial de suelo. Y en zonas sin riesgo de erosión, pero con pérdida de especies, se requieren acciones restaurativas a medio-largo plazo (por ejemplo, plantaciones con especies nativas).
A inicios de septiembre de 2017 (6–7 meses después de los incendios) muchas de las especies del matorral esclerófilo afectado por los incendios estaban rebrotando (fotos abajo); algunas otras estaban germinando (p.e., el tevo), aunque la mayoría de germinaciones observadas eran plantas herbáceas. También se observaron pies de especies arbustivas que no habían rebrotado (y que no se pudo determinar la especie), aunque no se puede asegurar que no lo hagan en los próximos meses. Sería interesante saber si en los sectores quemados hay especies que no rebrotan ni germinan después del incendio, pues las poblaciones de estas especies si habrían sido gravemente perjudicas por el fuego, y serían las especies a considerar en una restauración ecológica de la zona.
Fotos: Ejemplos de especies que estaban rebrotando a inicios de septiembre (7 meses después de los incendios): A: Tevo (Trevoa trinervis); B: Litre (Lithraea caustica); C: Quillaia (Quillaja saponaria); D: Bollén (Kageneckia oblonga); E: Mitique (Podanthus mitiqui); F: Patagua (Crinodendron patagua); G: Berberis sp.; H: Boldo (Peumus boldus).
During the 2016/17 fire season in central Chile, wildfires burned about 600,000 ha, a record for the region (most of the area burned between 18-Jan and 5-Feb, 2017). Two factors are considered the main responsible of such a large area burned: (1) an intense drought with strong head waves (January was the hottest month in record), and (2) the fact that the region is covered by large and dense tree plantations that create a continuous fuel bed. The tree planted are two alien species: Pinus radiata and Eucalyptus sp., from California and Australia, respectively. Most burned area (+60%) were plantations, and if we standardize the area burned in relation to the area with each landuse in the region (plantations, native forest, grasslands, agriculture) we see that the plantations were more affected by fire than expected by their area in each region; and this contrast with the other landuses (Figure 1, [1]). That is, tree plantations were an important driver for the large area burned (highly flammable).
Interesting is that the two species planted not only are highly flammable, they also have very good (although very different) postfire regeneration mechanisms, because both are originally from fire-prone ecosystems and have adapted to coupe with crown fires. Pinus radiata have serotinous cones (closed cones that open with fire) and showed an extraordinary “natural” seedling regeneration postfire (Figure 2 top), while those eucalytps planted show epicormic (stem) resprouting that allows a quick canopy recovery (even young trees, Figure 2 bottom). All suggest that these plantations were born to burn!
Figure 1: Analysis of the areas affected by fires according to types of use (forest plantations, native forest, Scrubland + pastures, and agricultural areas), in relation to what is available in each of the 4 regions that have burned the most (V, RM, VI, VII are: Valparaiso, Metropolitana, O’Higgins, and Maule). Positive data means that fire has positively selected this type of use (it has burned more than expected by the area it occupies); the negative data indicate that fire tends to avoid such landuse. There is a strong tendency for plantations to burn more than expected according to their abundance in the landscape (positive values), while native forests, scrub, or agricultural areas are burned similar or less than expected according to their abundance (negative values). The region VII (Maule) is the most extreme in positive selection of plantations and negative of other uses. Elaborated on the basis of official SIDCO-CONAF data (Chile) [1].
Figure. 2. Postfire regeneration of tree plantations. Top: Extraordinary postfire seedlings regeneration of Pinus radiata (adult trees are dead). Bottom: epicormic resprouting of eucalypts (mixed with dead pines). Photos from early September (ca. 7 months after fire), in the Nilahue Barahona fire (O’Higgins region, Chile).
Después de casi 5 años de despropósitos [1-5], ya se ha puesto fin a esa idea absurda de querer plantar cipreses para frenar los incendios forestales en Valencia. Los miles de plantones de ciprés que estaban preparados para tal finalidad se han regalado a diferentes ayuntamientos con la condición de no plantarlos en el medio natural (Levante, 21 Feb 2017). Quizá decir que este cambio ha sido posible gracias al nuevo marco político de la Diputación de Valencia.
Para compensar estos despropósitos, aquí un pequeño homenaje a estos árboles (clicar para ampliar): Cipreses en el Coliseo de Roma, en la Torre de Pisa, en la Mezquita de Córdoba (campanario), y en el teatro de Mérida (fotos: JG Pausas).
Esta entrada se ha realizado en colaboración con Susana Paula (ICAEV, Universidad Austral de Chile)
En las últimas semanas una gran cantidad de incendios han afectado cerca de 600 mil hectáreas en la zona central de Chile, con unas 1600 casas destruidas, 11 fallecidos y varios miles de afectados [1]. Esto ha generado una alarma social, y se han publicado numerosas opiniones, muchas de ellas sin datos o con poco rigor. Aquí intentamos analizar lo ocurrido, de manera muy breve, partiendo de una base científica y de los datos oficiales proporcionados por el Sistema de Información Digital para el Control de Operaciones (SIDCO) de la CONAF (Gobierno de Chile).
Los ecosistemas de Chile central parece que hayan tenido una actividad historia de incendios naturales (durante el Cuaternario) menor que los otros ecosistemas mediterráneos. Esto es debido a que la elevación los Andes durante el Mioeno bloqueó las tormentas estivales y los rayos asociados, y por lo tanto limitó los incendios forestales naturales [2]. Los incendios devienen importantes en la zona central de Chile con la llegada de los humanos. Por lo tanto, muchas especies nativas de los ecosistemas de Chile no están especialmente adaptadas a un régimen con incendios relativamente frecuentes e intensos, ni han adquirido características que les confiere una especial inflamabilidad. Esto contrasta con las especies que viven en otros ecosistemas mediterránenos del mundo donde se encuentras plantas que se ven favorecidas por los incendios, incluyendo plantas muy inflamables en las cuales su reproducción incrementa con el fuego. En cualquier caso, existen en Chile muchas plantas que rebrotan bien después de incendio. De manera que los incendios actuales en Chile podrían generar efectos negativos en la biodiversidad de los bosques nativos (p.e, mortalidad de no rebrotadoras, invasión de exóticas), aunque habrá que evaluar la regeneración con detalle. Sin embargo, cabe destacar, que gran parte del paisaje ardido no corresponden a sistemas naturales, sino a plantaciones forestales de especies exóticas (Figura 1).
Figura 1. Superficie afectada por incendios durante este verano (hasta la fecha), en las diferentes regiones de Chile (de izquierda a derecha: de norte a sur), separando la superficie de bosque nativo (en verde) y de plantaciones de eucaliptos y pino (en azul). La linea y puntos, representa el promedio afectado por incendios en cada región, durante el periodo 1977-2016. Elaboración propia a partir de datos oficiales de SIDCO-CONAF (Chile).
Para que se den grandes incendios, se requiere igniciones, baja humedad y elevado combustible. En general, en las zonas altamente pobladas, las igniciones antrópicas son muy frecuentes, y se generan frecuentes conatos o incendios pequeños que son fácilmente extinguidos. Sólo se generan grandes incendios de difícil extinción, si el clima y el combustible son apropiados para ello. La gran actividad de incendios de estos días en Chile responde, en gran manera, a esos dos factores. Las condiciones climatológicas de este periodo, han sido muy propicias para los incendios. Según la Dirección Meteorológica de Chile, este enero es el mes con la temperatura máxima, la mínima y la media más altas desde que se tienen datos [3,4]. Por lo tanto, las condiciones meteorológicas para los incendios eran óptimas, más que nunca.
A ello cabe añadir que Chile central tiene un paisaje forestal muy inflamable, formado por grandes plantaciones de pinos y eucaliptos utilizados para la producción de papel y madera (Figura 1, [5-7]). Ninguna de estas especies son nativas de Chile, sino de zonas donde el fuego es una perturbación natural, y donde ser una planta inflamable no es necesariamente un problema, incluso es beneficioso para la reproducción. En Chile, estas plantaciones proporcionan gran cantidad de combustible (elevada biomasa, formaciones densas), de elevada inflamabilidad (los pinos y los eucaliptos tienen resinas y compuestos volátiles que les hacen muy inflamables), y con unas estructura muy homogénea (plantaciones densas, monoespecíficas y coetáneas); todo ello facilita la propagación de los incendios. Además, estas plantaciones, en muchos casos llegan hasta el límite con poblaciones, poniendo en riego a la gente en caso de incendio.
Un análisis de las regiones con mayor superficie quemada (superior al valor promedio histórico, Fig. 1; es decir, las regiones de Valparaiso (V), Metropolitana (RM), O’Higgins (VI) y Maule (VII)), sugiere que, en general, los incendios seleccionan las plantaciones de manera positiva, y los bosques nativos y zonas agrícolas de manera negativa (Figura 2). Es decir, que las plantaciones se quemas más (desproporcionadamente), que el resto del paisaje, cosa que enfatiza la elevada inflamabilidad y combustibilidad de las plantaciones actuales de Chile (Figura 3). Un reciente estudio, realizado de manera independiente y utilizando datos de satélite, llega a similares conclusiones [8].
Figura 2. Análisis de las áreas afectadas por incendios según tipos de uso (Plantaciones, Bosque nativo, matorral+pastos, y zonas agrícolas), en relación a lo disponible en cada una de las 4 regiones que más han ardido (V, RM, VI, VII; ver Figura 1). Los datos positivos, significan que el fuego ha seleccionado de manera positiva ese tipo de uso (se ha quemado más de lo esperado por la superficie que ocupa); los datos negativos indican que el fuego tiende a evitar ese tipo de uso. Por ejemplo, en la Región Metropolitana (RM, en verde) se ha quemado más o menos lo que se espera según las proporciones en paisaje de plantaciones y nativo (valores cercanos a 0). En cambio, el las demás regiones, hay una fuerte tendencia a que las plantaciones se quemen más de lo esperado según su abundancia en el paisaje (valores positivos), mientras que los bosques nativos, el matorral, o las zonas agrícolas se queman de manera similar o menos de lo esperado según su abundancia (valores negativos). La región VII (Maule) es la más extrema en selección positiva de plantaciones y negativa del resto de usos, y es la región donde más superficie ha sido afectada (Fig. 1). Elaboración propia a partir de datos oficiales de SIDCO-CONAF (Chile).
Las grandes plantaciones forestales de Chile pueden haber sido económicamente rentables, y haber contribuido a la economía del país, pero todo indica que son social y ecológicamente poco apropiadas (véase vídeo ilustrativo, abajo). Da la impresión que la política forestal de Chile está pensada en una época con una escala de valores y un clima del pasado. Dada la importancia de la industria forestal en Chile, la política forestal requiere actualizarse urgentemente, considerando el cambio climático, los incendios, y la calidad de vida de la población local.
Figura 3. Impacto de un incendio cerca de Penco (Región del Bío-Bío), donde alternan plantaciones y bosque nativo. En primer plano, un peumo (Cryptocarya alba, especie del bosque nativo) parcialmente afectado. Foto: Fernando Saenger.
[5] Peña-Fernánde F. & Valenzuela-Palma, L. 2008. Incremento de los incendios forestales en bosques naturales y plantaciones forestales en Chile. En: González-Cabán, Armando, Coord. 2008. Proceedings of the second international symposium on fire economics, planning, and policy: a global view. Gen. Tech. Rep. PSW-GTR-208, Albany, CA [PDF en: español | inglés]
La huella del fuego es un documental sobre incendios forestales en España realizado por el equipo del programa Crónica, de La 2 de TVE, y que se emitió el 28 Noviembre 2016. En él participaron algunas de las personas que recientemente realizaron el decálogo sobre incendios forestales (decálogo | blog). Podéis ver un resumen del documental, o el programa entero en www.rtve.es/alacarta.
Nota: el documental no está relacionado con el libro que tiene el mismo título (de L. Otero 2006), que describe la historia de los bosques de Tierra del Fuego.
Después de una serie de despropósitos sobre el posible uso de cipreses ignífugos [1-4], por fin parece que se encaucen las cosas: Los cipreses que estaban destinados para hacer de barrera cortafuegos en el monte, parece que finalmente se utilizarán en jardinería [5], y esperemos que para jardines urbanos, lejos del monte. En paisajes con incendios recurrentes, plantar cipreses en zonas semi-urbanas (en la interfaz urbano-forestal), no es recomendable, ya que si llega el fuego, o simplemente pavesas, pueden prender de manera intensa y actuar como antorchas. Por ello, los bomberos temen las casas rodeadas de cipreses, y de hecho, está prohibido plantarlos en jardines de diversas zonas de EEUU. Hay evidencias de que los cipreses pueden ejercer de captadores de pavesas (foto). La idea de utilizarlos como cortafuegos estaba fuera de toda lógica [4].
Foto: Valla de cipreses que prendió durante el incendio de La Granadella (4/Sep/2016, La Marina, Alicante). Nótese que el incendio no llegó directamente a la valla (los pinos y campos de cultivo de los alrededores no se vieron afectados); es probable que el fuego llegase con una pavesa, como pasó con los distintos focos de este mismo incendio [6].
[5] La investigación española sobre cipreses cortafuegos acabará en plantas de jardín, eldiario.es
[6] El SEPRONA concluye que todos los focos del incendio de la Granadella fueron provocados por las pavesas (xabiaaldia.com); Una colilla mal apagada provocó el incendio de Xàbia (eldiario.es); El Seprona cree que una colilla originó el incendio y el viento causó los tres focos (levante-emv.com).
¿Será este el último post sobre el tema? ¿Se habrá ganado una pequeña batalla?
(podéis dejar vuestra opinión en los comentarios)
El 27 de Julio de 2015 un incendio forestal afectó unas 1200 ha en Òdena (Anoia, Catalunya central), una zona dominada principalmente por pino carrasco (Pinus halepensis). Pocos días después ya se empezaba a ver un inicio de la regeneración del ecosistema [1, 2]. En una visita reciente (Abril 2016, 9 meses posincendio), vemos que en gran parte de la zona se han cortado y extraído los árboles quemados (y algunos no quemados). Antiguamente, cuando aun no se daba casi ningún valor a los ecosistemas naturales, y sí a la madera, se sacaban los árboles quemados para obtener algún beneficio económico; y algunas veces por motivos “estéticos”. Hoy en día, no parece una acción muy apropiada [3], a no ser que haya una razón de peso, cosa que desconozco en el caso de este incendio.
Los árboles quemados benefician a la regeneración porque retienen un poco el suelo, disminuyen el impacto de las gotas de lluvia en el suelo, mantienen cierta humedad, captan agua de la niebla, sirven de posadero para aves que traen semillas (que contribuyen a la regeneración), y son hábitat para fauna diversa [4]. Cortar los árboles requiere entrar con maquinaría en la zona quemada (con suelos muy sensibles), generar caminos y arrastrar troncos. Esto conlleva la eliminación de todos los beneficios mencionados, ademas de la disminución de parte del suelo y mantillo, la mortalidad de las primeras germinaciones posincendio (por ejemplo del pino), la formación de surcos que pueden ser puntos de inicio de erosión (cárcavas), y disminución de la regeneración natural en general. En general, entrar en una zona recién quemada, y degradar el ecosistema disminuyendo la regeneración y aumentando la erosión, está poco justificado [3]; en algunos casos, estas intervenciones pueden ser más perjudiciales que el propio incendio.
Fotos: a) Pinar con rebrotes de madroño 4 meses después del incendio, antes de cortar los árboles; se aprecia un cierto ambiente forestal. b) surcos del arrastre de troncos durante la extracción de la madera quemada. c) Ambiente 9 meses después del incendio, una vez se han cortado los árboles. d) Germinación de pino 4 meses después del incendio; germinaciones susceptibles a ser eliminadas si se entra con maquinaria o se arrastran troncos. e) pinos vivos (no quemados) cortados y apilados (9 meses posincendio). f) Enebro rojo (Juniperus oxycedrus) que rebrota tras quema y corta (9 meses posincendio). Incendio de Odena, Abril 2016 (fotos: JG Pausas).
[4] Pausas, J.G., Ribeiro, E. & Vallejo, R. 2004. Post-fire regeneration variability of Pinus halepensis in the eastern Iberian Peninsula. Forest Ecology and Management 203: 251-259. [doi | pdf]
Hace ya unos años escribimos un decálogo donde proponíamos unas bases ecológicas para convivir con los incendios forestales [1]. Ahora, la Fundación Pau Costa, en el marco de su 5º aniversario, ha compilado otro decálogo [2], este más amplio en temática y con muchos más autores, pero con un objetivo similar, aprender a convivir con el fuego. Los interesados en apoyar el decálogo tienen la posibilidad de hacerlo firmando el formulario que hay al final del mismo.
Foto: Quema experimental en Ayora (Valencia, 4/2009) realizada con la finalidad de entender el efecto de los incendios en los ecosistemas mediterráneos.
Referencias
[1] Pausas J.G. & Vallejo R. 2008. Bases ecológicas para convivir con los incendios forestales en la Región Mediterránea – decálogo. Ecosistemas 17(2):128-129, 5/2008. [enlace | pdf]
[2] Decálogo de incendios forestales, Pau Costa Fondation, [enlace | pdf]
En el verano de 2012, un gran incendio afectó unas 21.000 ha en la zona de Andilla-Alcublas (Valencia). En esa zona había una pequeña plantación de cipreses que no se vio afectada por el fuego, y se extendió entre los medios de comunicación el falso mensaje de que los cipreses podían ser “ignífugos”. Ya hablamos en su día de que los cipreses de esa plantación no se quemaron porque estaban rodeados de un amplio cortafuegos, y localizados en una pequeña depresión (que aún dificulta más la propagación del fuego), tal como se puede ver en las fotografías y detalles que presenté en este mismo blog ([1], [2]). Otros cipreses en ese mismo incendio sí que ardieron (ver foto), tal como lo han hecho en otros muchos incendios.
Foto: Cipreses quemados y muertos por el incendio ocurrido en Andilla-Alcublas (Valencia) en 2012 (foto: Mayo de 2014, cerca de Sacanyet).
En 2013 también comenté [3] que un estudio analizaba en el laboratorio la inflamabilidad de ramitas de ciprés, y concluía que aunque las hojas verdes del ciprés se pueden considerar relativamente poco inflamables, este árbol suele acumular ramas secas que son muy inflamables y, por lo tanto, representan un peligro para los incendios [4]. Estas conclusiones son coherentes con el hecho de que en algunos países esté prohibido plantar cipreses en jardines de casas que lindan con el monte, precisamente por su peligro con los incendios. Y también son coherentes con los comentarios de algunos bomberos de Valencia sobre los problemas a la hora de proteger de los incendios forestales las casas con setos de ciprés. En otras palabras, no hay ninguna base que apoye la idea de que los cipreses puedan ser útiles para la lucha contra los incendios, e incluso podrían ser contraproducentes.
Ahora, algunos medios de comunicación, siguiendo el mensaje dado en 2012, anuncian que unos investigadores “resuelven el enigma de los cipreses que resisten incendios” [5], sin mencionar la causa real: que estaban en una vaguada y rodeados de un amplio cortafuegos. Esta información se basa en un nuevo estudio sobre la inflamabilidad de los cipreses [6] que analiza diversas componentes de la inflamabilidad de estos árboles, pero no se realiza una comparación exhaustiva con otras especies; solo se compara de manera cualitativa con algún estudio previo, principalmente con pinos. En general los resultados sugieren que la inflamabilidad de los cipreses puede ser en algunos aspectos un poco menor que la de los pinos, aunque en otros puede ser igual. En cualquier caso, el estudio se basa en la inflamabilidad de las hojas, no de toda la planta, ni en el marco de un gran incendio en pleno verano, donde pequeñas diferencias en la capacidad de retener humedad son poco relevantes. Por lo tanto, aunque a las hojas les cueste un poco más generar una llama, esta diferencia no justifica la plantación de cipreses como medida de protección contra los incendios (tal como se sugiere en el estudio) por varias razones:
1) No son plantas autóctonas de la Península Ibérica y, por lo tanto, su plantación en sistemas naturales ibéricos no es aconsejable
2) No resisten los incendios. Son inflamables y no rebrotan después de ser quemados. Hay otras especies autóctonas y rebrotadoras que podrían ser más apropiados para plantar en zonas con incendios recurrentes (especies más resilientes)
3) Puede ser que les cueste más arder que a algunas otras plantas, pero cuando arden, lo pueden hacer con elevada intensidad
Esperemos que algún día deje de circular este bulo de los cipreses ignífugos.
[4] Ganteaume, A., Jappiot, M., Lampin, C., Guijarro, M. & Hernando, C. (2013) Flammability of some ornamental species in wildland–urban interfaces in southeastern France: laboratory assessment at particle level. Environ. Manage., 52: 467-480.
[5] Resuelven el enigma de los cipreses que resisten incendios, BBC Mundo 27 Agosto 2015 [y propagado en diversos medios de comunicación españoles]
[6] Della Rocca, G., Hernando, C., Madrigal, J., Danti, R., Moya, J., Guijarro, M., Pecchioli, A. & Moya, B. (2015) Possible land management uses of common cypress to reduce wildfire initiation risk: a laboratory study. J. Environ. Manage., 159: 68-77.
Como cada verano, en España están ocurriendo incendios forestales, algunos de ellos de gran tamaño, como el de la Sierra de Gata en Extremadura (9 y 10 de Agosto, más de 8000 ha quemadas). Diferentes colectivos (periodistas, ecologistas, etc.) me preguntan qué se debe hacer después de un incendio de gran magnitud como este. No he visitado la zona, pero puedo dar algunas sugerencias generales, en especial sobre lo que no se debería hacer (desde un punto de vista ecológico y para la conservación):
Entrar y pisar en lo zona afectada por el fuego, y especialmente entrar con vehículos y maquinaría pesada. Después de un incendio, el sistema es muy frágil, y pisotear la zona puede facilitar la erosión del suelo y mermar la capacidad de regeneración natural.
Realizar actuaciones de restauración de manera generalizada en toda la zona afectada. Se debería evaluar con cierto detalle la zona para ver si hay sitios donde la probabilidad de pérdida de suelo es alta, o donde se prevea que la de regeneración natural será baja. En general, la mayoría de nuestras zonas afectadas por incendios se regenera relativamente bien sin ninguna intervención, pero puede haber zonas concretas que requieran medidas urgentes de protección del suelo o ayuda a la regeneración. Normalmente esto no es necesario en toda la zona quemada, sino sólo en algunas zonas específicas (con más pendiente, con suelos especialmente erosionables, etc.). Hay medidas urgentes que se deben realizar rápidamente, antes de las primeras lluvias, como poner ramas o paja para frenar la erosión, y otras que se deben aplicar cuando el sistema ya se ha recuperado un poco y no es tan frágil (por ejemplo, pasado un año), como realizar plantaciones. En cualquier caso, siempre serán actuaciones puntuales en zonas donde sea realmente necesario. Actuar donde no es necesario puede ser contraproducente (y caro).
Extraer los árboles quemados. Los árboles quemados, aunque hay quien piensa que quedan feos, benefician a la regeneración porque retienen un poco el suelo, disminuyen el impacto de las gotas de lluvia en el suelo, mantienen cierta humedad, captan agua de la niebla, y sirven de posadero para aves que traen semillas y que contribuyen a la regeneración. Cortar los árboles requiere entrar con maquinaría en la zona quemada, y arrastrar troncos, cosa que conlleva la disminución de la regeneración natural y la formación de puntos de erosión (cárcavas). Los árboles muertos no son foco de plagas, aunque árboles debilitados por el fuego (árboles medio muertos) sí pueden ser una atracción para algunas plagas de escolítidos. Por lo tanto, se debe hacer un seguimiento de estos árboles, y si se detecta algún inicio de plaga, se deberán cortar; pero solo esos árboles debilitados y los de su alrededor, y nunca de manera genérica en toda la zona.
Fotos de lo que no se debe hacer después de un incendio: extraer la madera quemada de manera indiscriminada. Estas actuaciones generan erosión y reducen la regeneración natural. Las fotos corresponden a un año después del incendio de 2012 en Cortes de Pallás (Valencia).
It is well-known that fire regimes are strongly linked to climate, however, there are examples in which most variability in fire regime changes are better attributed to drivers other than climate. For instance, vegetation (fuel structure and continuity) also plays a role in shaping fire regimes [1-5]. In a recent paper [6], we reviewed evidences from different environmental and temporal settings of abupt fire regimes changes that are not directly attributed to climatic changes, but to changes driven by (i) fauna, (ii) invasive plant species, and (iii) socio-economic and policy changes. All these drivers might generate nonlinear effects of landscape changes in fuel structure; that is, they generate fuel changes that can cross thresholds of landscape continuity and thus drastically change fire activity (figure below). The importance of climate-independent factors in abrupt fire regime changes can be viewed positively: while climate is very difficult to modify at short term, fuels can potentially be managed to shape fire regimes and to mitigate the effects of global warming [7]. However the success of these actions may be diverse, depending on the historical fire regimes and the adaptive traits of the species in the community [8].
Figure: Schematic representation of how a gradual change in a driver (e.g., a constant colonization or invasion of a flammable plant) can produce an abrupt change in landscape structure (e.g., continuity of the flammable vegetation). The bottom panel represents the changes through time in mean and maximum patch size in an idealized landscape that is invaded by plants (green cells) with a constant probability (p= 0.01 in each time step). The upper panel shows three snapshots of these dynamics (time steps = 25, 75 and 125, also represented by vertical lines in the bottom panel). From Pausas & Keeley [6].
References
[1] Pausas, J.G. 2004. Changes in fire and climate in the eastern Iberian Peninsula (Mediterranean basin). Climatic Change 63: 337-350. [pdf | doi]
[2] Pausas J.G. & Bradstock R.A. 2007. Fire persistence traits of plants along a productivity and disturbance gradient in Mediterranean shrublands of SE Australia. Global Ecology & Biogeography 16: 330-340. [pdf | doi]
[3] Pausas J.G. & Paula S. 2012. Fuel shapes the fire-climate relationship: evidence from Mediterranean ecosystems. Global Ecol. & Biogeogr. 21: 1074-1082. [doi | pdf | supp]
[4] Pausas J.G. & Fernández-Muñoz S. 2012. Fire regime changes in the Western Mediterranean Basin: from fuel-limited to drought-driven fire regime. Climatic Change 110: 215-226. [doi | springer | pdf]
[5] Pausas J.G. & Ribeiro E. 2013. The global fire-productivity relationship. Global Ecol. & Biogeogr. 22: 728-736. [doi | pdf | appendix]
In the latest issue of Science (Oct 4th, 2013), there is a forum paper with some suggestion for the management of fires and forests in the face of changing climates [1]. Basically, the authors suggest that policy focused on fire suppression only delays the inevitable, promising more dangerous and destructive forests fires. They emphasize the importance of strategically managing wildfires and the use of prescribed fires in combination with mechanical fuel treatments to create fire resilient landscapes. In addition, the journal Frontiers in Ecology and Environment has recently published an special issue on prescribed burns in different ecosystems worldwide [2]. Fires are very important processes on many ecosystems [3,4], and what is important is to shape fire regimes to be sustainable (socially and ecologically). A zero-tolerance fire policy (which still dominates in many countries) cannot work in the long-term, especially in seasonal climates, as the high fuel accumulation coupled with a warming climate may drive the system to large and intense fires that threaten both people and biodiversity; and this may occurs despite major economic investments in fire prevention and suppression.
Foto: Prescribed understory burn of a mixed conifer forest in the Sierra Nevada, California. From [3].
References:
[1] Stephens, S.L., Agee, J.K., Fulé, P.Z., North, M.P., Romme, W.H., Swetnam, T.W., Turner, M.G., 2013. Managing forests and fire in changing climates. Science 342, 41-42.
Hace ahora un año dos grandes incendios, prácticamente simultáneos y cerca de la ciudad de Valencia, conmocionaron a la población. El incendio de Andilla-Alcublas afectó unas 21 000 ha y el de Cortes de Pallás-Dos Aguas unas 30 000 ha; raramente se dan incendios de estas dimensiones. Gracias a la extrema capacidad de las plantas y animales para recuperarse de estos eventos, un año después vemos el paisaje verde y lleno de vida (Fig. 1). En la zona afectada por los incendios se observa un gran número de plantas en flor, así como elevada actividad de animales (insectos polinizando, lagartijas, eslizones, serpientes, etc.). La sensación es una buena recuperación, a excepción de algunas de las zonas donde se está extrayendo los árboles quemados. Durante el primer año después de un incendio el suelo es relativamente frágil, de manera que entrar con máquinas o arrastrar troncos, puede reducir la regeneración natural y aumenta la probabilidad de erosión del suelo, especialmente en zonas con elevada pendiente (Fig. 2). Además, el dejar los árboles muertos en pie favorece las condiciones microclimáticas para la vegetación, genera hábitat para infinidad de invertebrados y sirve de posadero para aves que defecan y dejas semillas que también ayudan a la regeneración (efecto percha).
Fig. 1. Diversas imágenes tomadas a principios de junio 2013, casi un año después de los incendios, en Andilla y Cortes.
Fig. 2. Zona donde se está extrayendo la madera quemada, al oeste del incendio de Cortes-Dos Aguas (Junio 2013).
Ha llegado el verano y con ello el riesgo de incendios forestales. En los medios de comunicación de España vuelven a salir noticias sobre las bondades de los cipreses para reducir los incendios. Hace unos días (el 17 Junio 2013) en la portada del diario Levante (Valencia) se leía “La diputación de plantará cipreses en Los Serranos para que actúen de barrera contra los incendios”. Similares mensajes se publican en otros medios (Los cipreses reducen el avance de un incendio forestal, Un estudi assegura que els xiprers poden servir per reduir l’avanç dels incendis forestals, etc…). Todos estos mensajes se basan en el hecho que el año pasado en el incendio ocurrido en Andilla-Alcublas había una plantación de cipreses que no se vio afectada por el fuego, y se extendió el falso mensaje de que los cipreses podían ser “ignífugos” [1]. Ya hablamos en su día de que los cipreses de esa plantación no se quemaron, básicamente porque están rodeados de un cortafuegos, y así se puede ver en las fotografías y detalles que presenté el año pasado (ver detalles en [ 2 ] y [ 3 ] ).
Además, un estudio reciente analiza en el laboratorio la inflamabilidad de ramitas de ciprés [4], y las conclusiones son claras; textualmente: “Regarding the flammability of its live leaves, Cupressus sempervirens was not very flammable; however, because this species had the greatest amount of dead material which was ranked extremely flammable, this ornamental species should be avoided in wildland-urban interface, especially close to houses“. En decir, que aunque las hojas verdes del ciprés se pueden considerar relativamente poco inflamables, este árbol suele acumular ramas secas que son muy inflamables y por lo tanto representan un peligro para los incendios. Estas conclusiones son coherentes con el hecho de que en algunos países está prohibido plantar cipreses en jardines de casas que lindan con el monte, precisamente por su peligro con los incendios. En otras palabras, no hay ninguna base que apoye la idea de que los cipreses puedan ser útiles para la lucha contra los incendios, e incluso podrían ser contraproducentes. Por lo tanto no se entiende la decisión de la Diputación de Valencia de plantar cipreses en los montes valencianos. Además, los cipreses no son naturales de esta tierra, con lo que contribuyen a degradación de nuestro paisaje.
Referencias
[1] Los cipreses se comportan como escudos naturales contra el fuego. El País, Valencia, 9/7/2012
[4] Ganteaume A, Jappiot M, Lampin C, Guijarro M & Hernando C. 2013. Flammability of some ornamental species in wildland–urban interfaces in southeastern France: laboratory assessment at particle level. Environ. Manage. 52: 467-480.
Recientemente me invitaron a presentar el libro sobre “Incendios Forestales: una visión desde la ecología” a las jornadas SINIF (Simposio Nacional sobre Incendios Forestales), unas jornadas orientadas a la gente que trabaja en prevención y extinción de incendios forestales. Para mi esa invitación fue una sorpresa, ya que escribí el libro pensando en estudiantes y profesionales de la biología y ecología, y nunca pensé en el gremio de los bomberos mientras lo escribía. Durante estas jornadas me di cuenta que mi objetivo en el libro era acerar el fuego a los biólogos (el papel del fuego en la naturaleza), pero parece que también esta funcionando para acercar la biología y los procesos ecológicos a los expertos en gestión de fuegos.
Con la adquisición del libro a través de www.sinif.es [publicaciones] estarás contribuyendo a la continuidad de la labor científica y divulgativa del SINIF. [hoja de pedido, o enviando un mensaje a info@sinif.es]. Más información y puntos de venta en: www.uv.es/jgpausas/incendios
Hace unos días escribí una entrada (post) sobre los famosos “cipreses ignífugos” de Jérica (incendio de Andilla, Valencia, Julio/2012) argumentado que no habían ardido principalmente por la discontinuidad del combustible alrededor y dentro de la plantación, ayudado por la situación topográfica (en una pequeña vaguada), que limitaría la llegada de las llamas a los cipreses (ver De incendios y cipreses). Mucha gente ha mostrado estar de acuerdo con mi interpretación, pero también han habido personas que ha argumentado que la fotografía aérea que presentaba podía ser antigua, y por lo tanto, actualmente podría haber más vegetación (combustible) alrededor y dentro de la parcela. Para apoyar mi argumento, aquí muestro algunas fotografías tomadas ayer (6 de Octubre) donde se observan los detalles que yo mencionaba. La razón principal de que no ardieran es que no les llegaron las llamas.
Figura 1. Se aprecia la separación entre la zona forestal (a la izquierda) y la plantación de cipreses, a la derecha. Los cipreses presentan parte de la copa de color marrón debido al efecto del calor del incendio, pero las llamas no llegaron a ellos (foto JG Pausas, 6/10/2012).
Figura 2. Separación entre la zona forestal (a la derecha) y la plantación de cipreses, en otro de los lados de la plantación. Se observan matorrales verdes, no afectados por el fuego, y una carrasca sólo parcialmente afectada, evidenciando que el fuego no llegó a la plantación (foto JG Pausas, 6/10/2012).
Figura 3. El romero (Rosmarinus officinales) y la aulaga (Ulex parviflorus) son dos de las especies arbustivas más inflamables de nuestro territorio. En estas fotografías se aprecian en primer plano ejemplares de romero (foto izquierda) y aulaga (foto derecha) que no se quemaron porque no les llegaron las llamas, y mucho menos les llegaron a los cipreses de detrás. La coloración marrón indica que sí que llegó el calor del incendio al romero, a la aulaga, y a los cipreses más externos de la plantación. Las fotos también muestran la separación entre los cipreses, y la poca vegetación en el sotobosque, aspectos que impiden la propagación del fuego (fotos JG Pausas, 6/10/12).
Figura 4. Ejemplo de lo que puede pasar cuando llegan las llamas a los cipreses. Incendio del Alt Empordà, Julio 2012. (foto: L. Brotons).
Este verano en España circularon unas fotos de una zona incendiada (incendio de Andilla, junio/julio 2012, Valencia) donde había una grupo de cipreses que no se había afectado por el incendio (ver figura 1). Eso llevó a que muchos medios de comunicación sacaran titulares como: “Los cipreses se comportan como escudos naturales contra el fuego“, “El enigma de los cipreses ignífugos“, “¿Y si los cipreses de Jérica nos estuvieran diciendo lo que hay que hacer?“, etc… Estas noticias han llevado a que se sugiera la plantación de cipreses para la “lucha contra incendios” y la “protección de viviendas”; incluso hay organismos que ya se han comprometido a realizar plantaciones con esos fines (“La Diputación de Valencia plantará cipreses para luchar contra los incendios“, “Cipreses contra el fuego“). Estas noticias sorprenden un poco a los especialistas, ya que se sabe que los cipreses no son ignífugos, arden como todas la plantas. Se conocen otras zonas afectadas por incendios en las que había cipreses y estos ardieron (p.e., incendio de las Useres, Castellón). Además, en algunos países, como en EEUU, está prohibida su plantación en jardines situados en zonas donde los incendios son frecuentes, precisamente por el peligro que conllevan. Los setos de cipreses alrededor de casas son especialmente peligrosos. Desde el punto de vista de la biodiversidad, los cipreses no son plantas autóctonas en España, y por lo tanto, no se aconseja su plantación en medios forestales, a no ser que la razón sea de mucho peso.
Figura 1. Fotografía difundida en los medios de comunicación donde se observan los cipreses no afectados por el incendio (Andilla, julio/julio 2012). Foto extraída de “El Pais”, 12/8/2012.
El 27 de septiembre se realizó en el Jardí Botànic de Valencia un seminario sobre los cipreses de Andilla, y quedó clara la razón por la que no ardieron. Básicamente, no ardieron porque se trata de una plantación mantenida (“limpia” y podada), de manera que no tiene sotobosque, los árboles están separados entre ellos, y al ser estrechos, a pesar de ser altos, las copas no se tocan (ver figura 2). Por lo tanto, el fuego no se puede propagar dentro de la plantación. Además, la plantación está rodeada de un camino, que impide que el fuego llegue a la mayoría de los cipreses. El fuego llegó a la plantación por el suroeste (flecha roja en la figura 2), donde hay un camino ancho que hizo de cortafuegos, de manera que disminuyó mucho la intensidad del fuego a la llegada de la plantación. Por otro lado, la plantación está situada en una pequeña vaguada, hecho que dificulta aún más que llegue el fuego de manera intensa.
Figura 2. Imagen aérea de la plantación de cipreses localizada en el término de Jérica que no se afectó por el incendio originado en Andilla (Junio/Julio 2012; imagen previa al incendio descargada de www.google.maps el 28/9/2012 [ver imagen en google]). La flecha roja indica la dirección del fuego (según Raúl Quílez, del Consorcio Provincial de Bomberos de Valencia). La orientación de la fotografía difundida en la prensa (figura 1) no permite ver que se trata de una plantación sin sotobosque, con árboles distanciados y con claras discontinuidades de combustible.
Por lo tanto, no se puede decir que los los cipreses sean ignífugos, sino que la discontinuidad de combustible que había dentro y alrededor de la plantación evitó que se afectaran por el fuego; una plantación de olivos, naranjos, algarrobos, etc. hubiera tenido el mismo efecto. Un ejemplo de una plantación de pinos que no se vio afectada por un incendio se puede ver en la figura 3. Crear discontinuidades en el combustible constituye, de hecho, una manera de limitar los incendios; esto resulta especialmente evidente con los cultivos (figura 4), por lo tanto, no es ninguna novedad. Lo ocurrido con estos cipreses es un ejemplo de cómo los medios de comunicación pueden desorientar a la población, e incluso influir en la gestión, sin ninguna base científica o técnica.
Figura 3: Plantación de pino piñonero (Pinus pinea) que sobrevivió a un incendio en Portugal; véase el bosque del fondo quemado (Foto: J. Climent).
Figura 4: Fotografía de una isla agrícola dentro de una zona forestal afectada por el incendio de Cortes de Pallás/Dos Aguas (Valencia, Junio/julio, 2012; foto: JG Pausas).
Traditionally, Australian aboriginal people set fires in their landscape to facilitate hunting. A recent study has compared the landscape and fire history from two regions, one where aboriginal people live in a traditional way and the other where fires are “natural” and caused by lightning [1]. The results show that aborigines generate many small fires that are climate-independent, while lightning generates few large climate-driven fires. Anthropogenic fires are smaller even when climatic conditions cause huge fire in the lightning region. The authors suggest that this climate-buffering effects of aboriginal fires has likely been important for many species that benefit both from fine-grained mosaics of alternating resources and from enhanced protection from large catastrophic fires and the predators that hunt within them. This may explain the coincident decline of many small- to medium-sized mammals in the arid regions of Australia with the cessation of aboriginal hunting and burning. That is, the extinction of the aboriginal life style shifted fire regimes from small fires to large climate-driven fires, in a similar manner to the extinction of rural life styles in the Mediterranean Europe [2], and this shift promoted the extinciton of Australian mammals.
[2] Pausas J.G. & Fernández-Muñoz S. (2012). Fire regime changes in the Western Mediterranean Basin: from fuel-limited to drought-driven fire regime. Clim. Change, 110, 215-226. [doi | springer | pdf]